jueves, 15 de enero de 2015

Capítulo 24

-          -¿Todos listos?
-          -¡Todos listos!
-          -No falta nadie ¿no?
-          -Solo Leo, que ha ido al servicio antes de salir.
-          -¡Vámonos ahora que estamos a tiempo! ¡Corred, que ya viene!
-          -¡Oye! ¿Qué os creéis que hacéis sin mí? Mira que sois… - Leo acababa de salir del baño cuando lo oyó, y gritaba desde l fondo. Todos empezaron a reír.
El autobús llegó por fin. Tras saludar al conductor que ya era de confianza, todos cargaron las maletas y se montaron. El viaje de vuelta fue algo más tranquilo. Era domingo, empezaba la época de exámenes y a todos les esperaba una tarde de fuerte estudio si querían aprobar el curso con buena media. Algunos aprovecharon para recuperar sueño atrasado, otros organizaban su tiempo para las distintas asignaturas, otros bromeaban, y otros, particularmente dos, miraban abrazados el paisaje, viendo pasar cada rayo de luz mientras se aferraban contra el otro. Aquella casa había cambiado sus vidas, y les había hecho dar un paso más en la dirección que ambos habían escogido.
Sonaron las llaves al desbloquear la cerradura. Salomé llegó más que feliz a casa, y transmitió esta alegría a todos los rincones de esta. Su padre estaba más que contagiado, y disfrutaba como hace tiempo que no hacía viendo a su hija así. La miraba y podía ver a su mujer en ella. Esa gracia, esa sonrisa, esos movimientos… eran ella. Cómo la echaba de menos.
-          -Señorita, ¡qué feliz viene usted!
-          -Papá, ha sido el mejor finde sin duda.
-          -Ya me imagino ya. Anda, ponte ya a estudiar que luego no te queda tiempo.
-          -Espera, que primero te tendré que contar cositas, ¿no? Vamos, si sé que te mueres de ganas. – ver que su hija lo priorizaba antes de mil cosas que hacer le encogió el corazón.
-          -Pues no te lo voy a negar, cariño. Venga va, siéntate y cuéntame con pelos y señales. ¿Qué locuras habéis hecho?
-          -Mira. Cuando llegamos, tuvimos que repartir las habitaciones, y dio la casualidad de que… - Salomé relataba con todo detalle cada minuto de ese fin de semana. Tras la tragedia, padre e hija habían tomado mucha más confianza, por lo que no se dejó ni un solo acontecimiento sin narrar- … y nos besamos, papi, nos besamos. Ya sé que me dijiste que tuviera cuidado con los chicos, que era mejor estar sola y no arriesgarse a que pasara otra vez, pero no lo pude evitar. Ismael es especial.
-          -Lo sé, sé que lo es. No sabes lo que me alegro de que por fin hayáis dado el paso. Si fuera otro chico te lo habría discutido, pero tratándose de él, te digo que ha sido una de las mejores decisiones que has tomado últimamente.
-          -¿Y esto? Me esperaba otra reacción… a ver, sé que, como vecino que es, lo tienes que conocer, pero… ¿por qué confías tanto en él?
-         - Lo conozco más que de eso. Es más, hablo con él casi todos los días. Te voy a explicar: desde aquel día que todo empezó, él no ha parado de preocuparse ni un momento. En la primera llamada que hizo a casa me contó que te había visto muy rara esa mañana en el instituto, y me pidió por favor que, si averiguaba algo fuera de lo normal, le informase. También me pidió silencio, que no te dijese nada. Por lo visto, llegó a pensar que él mismo te molestaba cada vez que te hablaba del tema. Que sepas que ha sido todo un caballero preocupándose de esa manera, y es un chico que ha luchado por ti de verdad. Yo también fui adolescente, y reconozco la voz de un chico enamorado. Es la misma voz que utilizaba yo cuando conocí a tu madre.- se le quebró el hilo de voz, y se le escaparon un par de sollozos. Salomé lo abrazó, y él lo abrazó a ella.
-          -Está con nosotros, papá. Ha estado conmigo todo el fin de semana. Cada vez que reíamos, cada vez que nos abrazábamos, ella estaba ahí, como una más. La llevamos dentro, papi, y de ahí ya no se va.
Las maravillosas palabras de su hija le hicieron sentir tan orgulloso de ella que fue capaz de cortar el llanto, y recomponerse rápidamente. “Ahora no puedo decírselo, no puedo. Mejor esperar a otro momento, se la ve tan contenta…”

Tras una larga charla sobre el finde, los estudios e Ismael, Salomé subió a su cuarto, deshizo la maleta y se dispuso a abrir el primer libro de texto en todo el fin de semana. Menos mal que sabía que esto iba a pasar y había adelantado mucha materia durante la semana. Sobre su escritorio tenía un pequeño calendario en el que iba tachando los días que pasaban. El primero que tachó fue el primero que puso punto final a su pesadilla: el día que Ismael se presentó por sorpresa. Qué chico este. En nueve meses ya le debía todo, y ahora todo giraba a su alrededor. Por mucho que revisase su pasado, no recordaba haber hecho algo tan bueno como para merecer tener a su lado alguien así. Buscó el día anterior, y, con un buen rotulador de un color llamativo, escribió: “Lo quiero”. Simple, pero cargado de significado. Es verdad, lo quería, y no podía imaginarse un futuro sin él a su lado, la había conquistado completamente. 

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