domingo, 13 de julio de 2014

Capítulo 10

Mensaje enviado. Ella ya estaba calzada, esperándole con la puerta abierta. Cogieron las llaves y se fueron a callejear. Se alejaron de su casa, de su barrio, del centro de la ciudad. Empezó a preguntar, pero él no le respondía, solo repetía: “Tú espera, que ya casi estamos”
Por fin pararon. Estaban en un descampado, en medio de un barrio marginal a las afueras de la ciudad. El lugar no era muy de fiar, pero por lo menos no habría nadie conocido a quien saludar. Se sentaron en un banco, y Diego empezó a vaciarse los bolsillos. Billetes, papel de aluminio, y cocaína en una pequeña bolsa. La reacción fue la más normal, al verlo, se levantó asustada y negando con la cabeza; ni loca probaría eso.
-          - Diego, ¿estás loco? Deshazte de eso ahora mismo, no pienso ver lo que viene.
-          - No vas a ver, vas a probar. Nunca lo harías, yo también lo pensaba, esto es mierda y no tiene nada bueno, pero es ahí donde se equivocan.
-          - ¿Qué se equivoca  quién? No te entiendo.
-          - Salomé, yo también he pasado por momentos muy duros. ¿De verdad crees que vas a salir tú sola? Todos hemos necesitado de esto alguna vez. Te juro que funciona. Te hace olvidarte de todo, por lo menos, durante un tiempo. Y, si no te vicias, no notas ningún síntoma de enganche, tranquila.
-          - Pero vamos a ver, que no, que no, que quites esto de mi vista.
-          - Mírame cariño, en otras ocasiones ni me lo plantearía, pero, confía en mí, te ayudará. ¿Acaso piensas que quiero algo malo para ti?
-          - No, pero… joder, tienes razón.  Hoy pruebo, como no vaya bien, tú te encargas de mí.
-          - Te lo prometo. No va a pasar nada, tranquila. Mira, extiendes el papel así, y…
Allí estaban, intentando olvidar sus problemas por medio de otros, introduciéndose en el mundo que maldeciría un tiempo después.

Cuando la tarde estaba a punto de terminar, Ismael decidió salir a pasear y a aclarar sus ideas. No tenía por qué desconfiar de Diego, parecía un chico honrado, y no tenía motivos para insinuar lo contrario. Se sentó en el banco de la esquina del parque, encendió su cigarrillo y se paró a observar el paisaje. Desde allí se veía la parte de la ciudad que más dominaba: la papelería, el camino al instituto, el quiosco de todas las mañanas y sus alrededores. Paseando la mirada por aquella zona, se topó con lo que, al principio creía una especie de espejismo: Diego y Salomé, paseando, fuera de casa, cuando se supone que estaba enferma y no podía salir. “¿Qué es esto? ¿Pero dónde ha quedado esa mala noche y el cansancio?” Se fijó atentamente, sin dar todavía crédito a lo que observaba. A ella no se le veía bien, estaba diferente, gesticulaba de una forma extraña, y su capacidad de reacción parecía algo trastocada. Diego la sujetaba con un hombro debajo del suyo como si no se valiese por sí misma. “¿Le habrá pasado algo grave? ¿Y si le ha dado un mareo en medio de la calle? Joder, ¿por qué se ha puesto tan mal de repente?” en cuanto apagó y tiró la colilla fue para allá, pero no le dio tiempo a alcanzarlos, se habían metido en su casa. Pensó en llamar al timbre, pero no sabría qué excusa dar, por lo que le pareció mejor esperar unas buenas explicaciones. Lo que ni sospechaba era el tiempo que iba a tardar en recibirlas.

jueves, 10 de julio de 2014

Capítulo 9

Era la quinta vez que le llamaba, le dijo que hoy iría, ¿dónde se había metido? Ismael se inquietaba, mientras la esperaba en el quiosco de siempre. Tras quince minutos con la moto aparcada, decidió marchar sin ella: “si no está, algún motivo tendrá, ya lo averiguaré más tarde”. Llegó a clase y se acomodó en su pupitre. No era igual sin ella. La silla era más incómoda, las clases, más largas, el olor, más desagradable, y sin el consuelo de algo agradable a lo que observar. Qué le habría pasado, por qué no cogería el teléfono, cómo es que nadie sabía nada de ella… Era raro, muy raro. Así pasó la mañana, y a la salida se encontró con que todo el grupo se hacía la misma pregunta.
-          -Ismael, ¿sabes algo de Salomé?
-          -Ni idea… Hoy la he estado esperando como de costumbre, la he llamado mil veces, pero no da señales de vida.
-          -Mira que es extraño… Tampoco dijo nada por whatsapp, y sabemos que ella siempre se excusa cuando falta. ¿Le habrá pasado algo?
-          -No creo, a ver, no saquemos las cosas de quicio, la chiquilla ha faltado un día sin avisar, nada más. Si os vais a quedar más tranquilos, esta tarde paso a verla y os informo de la situación. – añadió Diego a la conversación.
-          -Vale, perfecto, yo te acompaño, que estoy súper preocupada.
-          -No, no, de verdad, voy yo solo, y ya aprovecho para aclarar unos asuntillos.
-          -Ya, ya, asuntillos, ¿Que te traes entre manos, gorrión?
-          -Mira que sois malpensados ¿eh? Jajajaja
-          -Reconoce que ha sonado sospechoso, tío
-          -Jajajaja bueno vale…
Entre broma y broma, cambió la conversación de una forma radical. No estaba para tonterías, Ismael se retiró y abandonó la pandilla sin apenas despedirse. Al final va a resultar que Diego es un buen muchacho y todo, ya podía tranquilizarse un poco más. Daría lo que fuera por ser él.
Unas horas más tarde llamaron a la puerta. Cumplió lo afirmado, ahí estaba, dispuesto a sacarla del hoyo aunque fuera solo un rato. Menos mal que lo tenía a su lado.
-          -Hola princesa, ¿cómo te encuentras?
-          -Pues ya te puedes imaginar.
-          -Sí, lose, no me des explicaciones anda, que se que es lo último que te apetece en estos momentos… Ya tendremos tiempo de contarnos.
-          -Te lo agradezco, de verdad, no tengo ganas ni de seguir.
-          -No se te ocurra volver a decir esa barbaridad, ¿entendido? Anda, vamos a darnos un paseo, que tengo algo que te aliviará.
-          -Espera un minuto, cojo mis zapatillas y nos vamos.

Mientras, Diego escribió el mensaje que todos esperaban: “Salomé está bien, no os preocupéis. Tenía el móvil en silencio, y se ha tirado durmiendo toda la mañana porque había pasado mala noche. Iba a avisarnos cuando he llamado yo al timbre. No puede salir, así que me quedaré yo toda la tarde aquí. Ya veremos si va mañana a clase.”

jueves, 3 de julio de 2014

Capítulo 8

Vuelta a casa. El trayecto más eterno de su vida. Al abrir la puerta, pensó que quizás habría sido mejor idea dar un giro brusco en alguna curva y estrellarse. Una nota en el recibidor se lo dejó todo muy claro: su padre no estaba en casa, estaba con su madre, en el hospital. Estaba ingresada, con lesiones de pronóstico muy grave, de las que no sobreviviría.
“…Cariño, le quedan pocas horas de vida. Si quieres despedirte, ven cuanto antes.
Te quiero, Papá”
Se le cortó la respiración, su cuerpo no respondía, y cayó desplomada, con la mirada fija en un punto inexistente, en un punto muerto. Estuvo unos instantes evadida del mundo en blanco, sin asimilar nada, solo temblando. Eso no estaba pasando, era solo una especie de pesadilla. No, a ella no, eso es solo cosa de películas, eso no pasa. Volvió en sí, respiró hondo y volvió a leer la nota. Era la realidad, la cruda realidad. Esta vez reaccionó, y tardó escasos minutos en llegar al hospital, atravesando el tráfico como nunca antes lo había hecho, esquivando todo obstáculo que se le interponía. En su momento de lucidez supo que ahora solo importaba poder verla y disculparse, conseguir que su ida fuera un poco más feliz.
“Segunda planta, al fondo del pasillo a la izquierda”, con eso bastó. Sus piernas se movían a la velocidad de la luz, a la vez que sus desesperados gritos pronunciaban la palabra “mamá” y quedaban grabados en esas paredes para siempre. Llegó, ya veía a su padre, quien no quitaba la mirada de la que había sido su compañera en los mejores momentos de su vida, con la que había compartido casi toda su existencia, en la que había vivido todo. La misma que acababa de ser cubierta con sábanas al completo, la que ya había dejado ir su alma, la que ya nunca más podría resguardar en sus brazos a la pequeña Salomé. Tarde, llegaba tarde. Tarde para las disculpas, tarde para el último enlace de manos, tarde para el último aliento de compañía. Se marchó unos segundos antes de tiempo, y no pudieron demostrarse lo que de verdad sentían una hacia la otra.
 Los puños de Salomé impactaban contra el cristal una y otra vez, llamando a la solución que no existía. Se apoyó contra el cristal y, mientras pasaba por su mente todo lo vivido estos recientes momentos, resbaló lentamente hasta el suelo. Sus piernas no valían, eran unas inútiles ahora mismo, solo contaba con las manos, para agarrarse fuertemente los brazos y crear una coraza hacia el exterior. Entonces, salió su padre, la vio ahí derretida de dolor, se agachó y rompió esa coraza para abrazar y consolar hasta el más recóndito de sus rincones. Padre e hija lloraban, gritaban, caían en desesperación mientras los enfermeros desconectaron todas las máquinas que habían dado los últimos suspiros de vida a la que era parte de ellos. Entraron a la habitación, lo que a Salomé le supuso andar el tramo más difícil de su vida. Contemplar el cuerpo de su madre sin vida era lo último que se podría imaginar tener que hacer hoy. La que siempre había sido su soporte no estaba, y, lo peor de todo, la había dejado sin oportunidad de arreglar las cosas. “La culpa cargará conmigo para siempre”, esa frase se repetía constantemente dentro de su cabeza.
Ya estaban en el tanatorio, y los familiares empezaron a ser avisados. Ahora llegaba la parte que más tortura suponía: aparentar estar entera delante de los demás cuando en realidad por dentro lleva ya un tiempo demolida. Sonó el móvil, un mensaje. Diego.
“Linda, te he visto fatal hoy, y me he acercado a tu casa. Te has dejado la puerta abierta, he entrado y he visto la nota. Lo siento muchísimo. Me ha contado Ismael como estabas esta mañana y creo acertar en cómo te sientes. No se lo voy a decir a nadie. He pensado ir, pero no te apetecerá ver a nadie en estos momentos. Mañana por la tarde salte a la esquina, y allí nos veremos. Tengo algo que te aliviará. Te quiero bonita.”
Los minutos pasaron como eternidades, recibiendo inútiles pésames de unos y otros, mientras que pasaban por su mente miles de hirientes imágenes; ayudándola en sus primeros pasos, durmiendo con ella en las noches con pesadillas, comiendo esos platos de judías que tan poco le gustaban, recogiéndola en la puerta del colegio con la bolsa de chuches sorpresa del viernes, paseando por la ciudad con el helado de chocolate los sábados, pasando esas horas en el escritorio hasta que se aprendiese la lección, abriendo los regalos de Navidad, jugando con las olas del mar en vacaciones, esas charlas sobre la madurez, lo correcto y lo inadecuado. Y, por supuesto, sus abrazos, sus besos, sus caricias, sus sonrisas contagiosas y sus lágrimas sinceras, esas que la hacían la mejor madre del mundo, la que le hizo ver la realidad y siempre estuvo ahí para todo. Cómo se podía haber ido así de rápido, así de sencillo, sin mediar palabra ni dar más vueltas. En unos instantes, había vaciado de sentido sus vidas. Qué iba a hacer sin ella, si era la que la sostenía. “Y yo pensando todas esas barbaridades, no sé cómo pude llegar a creer todas esas gilipolleces. Mientras que maldecía mi suerte por haberlos conocido, ella se moría. Nunca me lo perdonaré, y no voy a tener oportunidad de que ella lo haga por mí.”
Al fin, la tarde se terminó. Su padre le dijo que se fuera a casa a dormir, que ya se quedaba él allí. Iba a negarse, pero estaba derrotada, necesitaba salir de ese sitio, la culpabilidad iba a hacer estallar su cabeza. Se despidió y se fue. Al llegar a casa se encontró la mochila colgada en la percha y la alfombra del recibidor bien puesta: Diego había estado aquí de verdad. Dejó las llaves, el casco, y subió directa a su cuarto. Agarró la almohada, la presionó bien fuerte contra su cara, y comenzó a gritar. Gritaba alto, muy alto, con las pocas fuerzas que le quedaban, desgarrándola sin consuelo: nadie podría hacer que se sintiese bien en estos momentos. De todo a nada en cuestión de minutos. Por qué a ella, joder, por qué.

Y dieron las dos, las tres… Cada movimiento del segundero era una punzada en lo más hondo. Ya no sabía ni cómo saldría de ahí. Habría que confiar, confiar en el tiempo y en él.

miércoles, 2 de julio de 2014

Capítulo 7

El teléfono empezó a sonar. Ismael se despertó con el sonido y, cuando se encontraba suficientemente espabilado, atravesó el pasillo para entrar al salón y cogerlo. Eran sus padres, que llegaban a casa en diez minutos. En cuanto colgó la llamada, volvió al cuarto, agitó a Salomé y la despertó. En apenas cinco minutos estaba ya en la puerta de la casa vestida y peinada. El resto del tiempo le sobraba, así que decidió encender el móvil: 9 llamadas perdidas: mamá. “Mierda, joder, la he cagado, ¿ahora qué le digo yo a mi madre? Dios… el broncón que me espera va a hacer historia…En fin, vamos allá.” Se despidieron después de haberle agradecido todo, y se marchó.
Tenía razón; al llegar a casa, después de la primera sensación de alivio, vino la regañina. Muchos gritos e insultos, y el resto de findes del mes no pisaría la calle, lo que, después de que lo pensase durante un tiempo, no estaba tan mal: si venían ellos, ella no estaría infringiendo la nueva ley. Cuando por fin terminó el discurso al que poco habían afectado las falsas excusas, Salomé se encerró en su cuarto, ya necesitaba algo de soledad e intimidad, y su trabajo del instituto estaba a medias. Allí se pasó el resto del día encerrada, y solo salió para comer e ir al baño, lo que era raro en una chica como ella, siempre viva y con movimiento, de un lado para otro y nunca fija en el mismo sitio.
Al día siguiente parece que las aguas se habían calmado algo más; las miradas no eran asesinas, y las frases de su madre ya no eran utilizadas únicamente para resaltar sus defectos. Como era costumbre, desayunó, se vistió y arregló, cogió el casco, las llaves y salió. Otra vez lunes, otra semana entera que pasar, una semana que venía cargada de las más inesperadas sorpresas.
Otros siete días de rutina. Los "buenos días" antes de entrar en clase, el recorrido por los pasillos, el acomodarse lo mejor posible al pupitre, y empezar a soportar a los profesores.
-          -Oye, ¿qué tal te fue con tus padres?
-          -De la peor manera posible. Lo único bueno es que no me han prohibido meter a nadie en casa este mes, por lo que podré sobrevivir.
-          -Entonces no ha sido tan malo, mujer.
-          -¿Que no? Cómo se nota que no estuviste. Mi madre echaba humo por todos lados, y a mi padre le faltó coger la porra, vamos, que seguro que se asustaron hasta los vecinos. Me dijeron de todo, tío, que si era una vergüenza de hija, que qué mierda de educación había recibido, que si no tengo moral, que para esto prefieren pagar un reformatorio permanente… Vamos, que me odian.
-          -No, Salomé, no te odian, simplemente quieren que veas lo que has hecho.
-          -¿Y qué he hecho tan mal? ¿Dormir unas horas fuera sin avisar con tal de que ellos pudieran dormir tranquilos? Que no, que no, que se han pasado, que no me merezco que digan todo eso. Seguiré siendo su hija, pero solo oficialmente; a mí ya me han perdido, y lo van a notar.
Ismael no sabía cómo hacerla entrar en razón, ese fue el tema de conversación de toda la mañana. Estaba empeñada en que tenía que devolverles cada uno de los malos ratos que le habían hecho pasar. Menos mal que iba a tener cosas de las que ocuparse estos días. Como castigo, el profesor de historia les mandó un temario extra para examinarse el próximo miércoles, y no eran precisamente un par de hojas. Cuando terminaron todas las clases, Más acelerada que nunca, Salomé huyó del instituto sin ni siquiera despedirse. Tardó segundos en arrancar la moto, los segundo justos para que Ismael apretase los manillares y chocase sus rodillas con la rueda delantera. No entendía qué le estaba pasando.
-          -¿Pero qué haces? ¿Tanto me odias que no te vas ni a despedir? Que soy tu vecino, un respeto.
No tenía fuerzas para reírle la gracia. Después de unos segundos de incómodo silencio, se quitó el casco, y le descubrió su rostro, empapado en lágrimas, con los ojos rojos, que contrastaban con la tez tan pálida que tenía en ese momento. No lo dudó ni un momento: le quitó el casco de las manos, lo tiró al suelo, y la abrazó hasta casi cortarle la respiración. Notó como su cuerpo se relajaba, dejaba de contenerse y exhalaba todo lo que guardaba. Rompió a llorar, le faltaba el aire y le sobraba motivo. Se cogió fuertemente a su espalda, mientras que él la levantó y sacó de la moto. No podía conducir así, necesitaba hablar.
-          -Tranquila, estoy aquí, relájate, no pasa nada.
-          -Ya no les importo Ismael, ya les doy igual. No es la primera vez que pasa esto, y están hartos de mí, se les nota. Coño, que son mis padres, esas cosas no deberían decírmelas… ¿Qué si llegan a saber que salgo así se plantean tenerme? Eso no se lo dices a alguien a quien le tienes un mínimo de cariño.
-          -Salomé, son arrebatos, no lo dicen en serio, es totalmente imposible. Ellos te quieren muchísimo, pero a veces exageran las cosas para que te des cuenta, sin ellos fijarse en que quizás suena demasiado creíble. Confía en mí anda, ya descubrirás que llevo razón algún día.
-          -Bueno, yo estaré tranquila con ellos, pero que sepan que la confianza hay que volver a ganársela, no voy a ser la misma hasta que ellos me demuestren que soy algo más que una carga.
-          -Me parece bien, déjales un tiempo de reflexión si quieres, pero que sepas que no te odian, ni mucho menos. ¿Podrás conducir?
-          -Sí, sí, no te preocupes. Muchas gracias tío, eres el mejor.
-          -Calla anda y no delires. Cualquier cosa me llamas, que estoy ahí para todo lo que necesites.
-          -Vale, lo tendré en cuenta, nos vemos mañana, ¿vale?
-          -Por supuesto.

martes, 1 de julio de 2014

Capítulo 6

La música paró, se encendieron las luces, el servicio había empezado a cerrar, ya era hora de desalojar. Todos recobraron la consciencia, después de unos gestos de asombro y perplejidad, decidieron seguir a la  multitud y salir del local. Se despidieron hasta el lunes, y se alejaron. Ismael y Salomé volvían juntos en bus, ya que un taxi les iba a salir demasiado caro. Mientras que lo esperaban, iniciaron una charla.
-          -Bueno, ya terminó el coqueteo por lo visto, anda que habéis tardado.
-          -Jajajaja sí, es verdad, hemos ido rápido, más de lo que suelo ir normalmente, pero es que era la oportunidad de oro. Ahora que me han comentado que no te ha dado tiempo a echarme de menos, vamos.
-          -Cierto, me ha dado envidia, y parece que él me hubiera leído la mente. Era el momento, ¿no?
-          -Lo era, lo era.
-          -Mira, por ahí viene, saca el dinero rápido que a estas horas los conductores se alteran si les haces esperar. Recién levantados... mejor no molestarles.
El bus paró, abrió sus puertas y subieron. Iba casi vacío, por lo que no tuvieron problema con los sitios.
-          -Por cierto, que no he tenido ocasión de decírtelo. Ibas preciosa, ese vestido te queda perfecto, de verdad, pareces una princesita.
-          -¡Muchas gracias! ¿De verdad te gusta? Es nuevo de esta tarde, es de rebajas. Cuando lo compré me quedaron sin probar unos cuantos más, pero es que me dio un flechazo.
-          -Pues hiciste bien, a veces, no es necesario probar lo demás para saber que has escogido lo correcto.
-          -Cierto. Tú también ibas muy elegante. Que sepas que tu camisa es la que más me gusta, y la que más favorece. Todo un galán.
-          -Gracias mujer, pues ya sé que camisa me tengo que poner para estas ocasiones, que parece ser que triunfa.
-          -Un placer servirle de ayuda, señor ligón. Dios, los pies me están matando…
-          -Normal, si no te los has quitado en toda la noche, qué esperas, ¿dónde estaban tus planos?
-          -Pues en casa preparados en el bolso, en el perchero de los abrigos, esperando todavía a que los saque de paseo. Lo mejor es que con ellos están mi DNI y mis… no puede ser- empezó a buscar desesperadamente por donde pudo.
-          -¿Qué pasa?
-          -Las llaves, joder, las llaves, en el bolso se han quedado… ¿Y qué hago yo ahora?
-          -Llama a tus padres.
-          -No puedo, se iban a dormir pronto porque hoy querían madrugar, como les despierte me matan…
-          -Vale, no te preocupes, no pasa nada. Vente a mi casa esta noche, mis padres se han ido a dormir con mis abuelos, por lo que tengo la casa para mí. No vas a tener que dar explicaciones, por lo menos a mi familia.
-          -No, tío, no te voy a hacer eso, me quedo en un parque o algo.
-          -Sí, claro, y me voy yo a dormir tan tranquilo. Que no, que no, tú a mi casa.
-          -Muchísimas gracias Ismael, te debo una muy grande.
-          -¿Qué me vas a deber? Después de todo lo que has hecho por mí, ¿quieres seguir debiéndome? De eso nada, esto es solo una mínima parte.
-          -Bueno, dejémoslo en deuda saldada.
-          -Jajaja me parece bien. Mira, el quiosco, esta es la nuestra ¿no?
-          -Sí, sí, dale al botón.
Estaban ya en la puerta de la casa de Ismael. Se sacó las llaves del bolsillo, abrió la puerta y entraron a lo que, en principio, era oscuridad absoluta. Después de darle al interruptor y recorrer un largo pasillo, llegaron a la zona de los dormitorios, y él le hizo un tour por la zona. Tenían dos opciones: o dormía uno en el sofá y otro en la cama, o los dos juntos. Claramente, tomaron la primera opción y, después de discutir un rato sobre quién dormiría en cada sitio, Ismael cedió y Salomé se acomodó en el sofá. Se asearon un poco, se cambiaron la ropa por un pijama y una gran camiseta ancha prestada, y se dieron las buenas “noches”.
Todo fue bien al principio, pero el salón era muy grande, y a esas horas refrescaba. Por lo que sabía, las mantas estaban guardadas en los altillos, y no eran horas de ponerse a sacarlas y limpiarles el polvo, así que, después de pensárselo mil veces, decidió levantarse e ir al cuarto. Abrió la puerta, y susurró:
-          -Ismaelito, tengo un problema, me muero de frío, ¿te importa que duerma…?
-          -¿Aquí conmigo? Para nada, ven anda, métete y tápate rápido, que esto se enfría.
-          -Gracias, es que me estaba helando. ¡Uy! Qué bien se está aquí.
-          -No es tu propia cama, pero se hace lo que se puede.
-          -Tienes razón, no es mi cama, es mejor que eso.

Y, acurrucados y por fin en calor, entraron en sueño. Vaya sueño, los dos juntos, en el mismo colchón, disfrutando del calor del otro, acariciándose con leves movimientos involuntarios. Tenerla tan cerca era su deseo hecho realidad, respirar su aire, apoyarse en su cabello, cubrirla entera de un gran abrazo. Mejor no se podía estar. Por ahora, la mejor noche de su nueva vida.