domingo, 26 de octubre de 2014

Capítulo 18

La mañana siguiente, ya la del mismo viernes que partía la excursión, todo fue distinto entre ellos. Apenas hubo miradas que se cruzasen, apenas se dirigieron palabras el uno al otro. Ambos pensaban que estaba en sus manos romper aquella incomodidad, pero no se atrevían a dar el primer paso para hacerlo. Estaban avergonzados, por intentar lo aparentemente imposible o por rechazar lo que probablemente no debería haber rechazado. Al final de las clases, Ismael se atrevió a lanzarle una sonrisa. Cuando vio que Salomé se la devolvía, comprobó que las cosas no estaban tan mal como pensaba.
-          -Bueno, chicos, hoy es el día. Lo tendréis todo preparado, ¿no?- exclamó Sara, a la salida del instituto, con el nerviosismo que le caracterizaba.
-          -¡Por supuesto! Este finde va a ser el mejor del año sin duda, ¿qué mejor manera de despedir el curso que esta?
-          -Eh, tranquilo, que todavía hay que pasar los exámenes finales.
-          -¡No seas aguafiestas Jorge! Sabes de sobra que eso no va a ser problema para ti precisamente. Bueno, lo dicho chicos, ¿todo en orden?
-          -Que sí, pesada, no te preocupes. En un par de horas en la esquina del súper para comprar la bebida y en marcha.
-          -Pues no nos distraigamos más y… ¡a cerrar maletas!
Ya se disponía Ismael a ir hacia la parada de autobús cuando Salomé terminó con su intención.
-          -¿A dónde vas? Ven, anda, que te llevo yo. Con la cháchara seguro que ya lo has perdido.
Con esas palabras bastó para que entendiese la señal: ella estaba dispuesta a hacer como si nada hubiera ocurrido, y le invitaba a hacer lo mismo. Cómo no, él aceptaba sin problema. Una enorme sonrisa se le escapó mientras cogía el casco que ella le ofrecía y se montaba en el asiento trasero.
Deseaba que ese corto y corriente viaje durase horas. Pocas veces la había tenido así de cerca. El aire hacía que le llegara todo su perfume, esa fragancia que le volvía loco, más aún si cabe.
“Vaya chica. Otras hubieran creado un muro, y hubieran retirado la palabra. Pero ella no, ella es distinta. Supera y sigue, ahora y siempre. Tiene una fortaleza envidiable. Supongo que esto será otra de las miles de cosas que me enamoran de ella”
Tras llegar a casa, a Salomé le esperaba su padre con una gran sonrisa, viendo como su hija era capaz de continuar incluso con felicidad. Llevaba a su madre dentro, ella lo sabía, la sentía. No era momento ahora para contarle la historia completa, todo lo que ocurrió. Mejor esperar a otro momento, la alegría que desprende no merece ser arruinada ahora mismo.
Recogieron los últimos bultos, bañadores, móviles, comida, crema solar… todo listo. Ya estaban todos allí, solo faltaban Roberto y Laura, los más tardones últimamente.
-          -¿Estáis seguros de que no se os olvida nada? Mira que no podemos volver ¿eh?
-          -Que sí, Sara, tranquilízate mujer, que todos llevamos todo, ¿a que sí?
-          -Por supuesto. Míralos, por ahí vienen, cucha que sonrisillas, ¡hacen una pareja muy linda!
-          -¡Tss! ¡A ver si te van a oír!

Ya estaban todos. La ilusión que se desprendía superaba todos los niveles. Les esperaba nada más que la diversión y la despreocupación. Ahora Salomé, al igual que los demás,  podría desconectar y disfrutar de verdad.

sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo 17

Para celebrar que las aguas estaban a punto de volver completamente a su cauce, decidieron que ya era hora de celebrar la victoria. Entre todos alquilaron una casa rural durante un fin de semana, y organizaron todo para una escapada inolvidable. Lo que se escapaba de sus planes era lo verdaderamente especial que llegó a ser para algunos.
El entusiasmo y las ansias de aquel viaje fueron el motor de la mayoría de las conversaciones que se establecieron en la semana de antes. Qué llevarse, qué hacer allí, el tiempo que iba a hacer fueron los temas líderes. Lo mejor era ver a Salomé tan emocionada o más que ellos con la idea, de tal manera que ni se le notaba ningún síntoma de tendencia a la recaída, ningún ápice de recuerdo que la dañase o le hiciese perder la ilusión. Ya se estaba viendo el resultado de meses de duro trabajo, por lo que ya tocaba dar las gracias. Aquel fin de semana era el momento ideal para comunicarles a todos lo agradecida que les estaba, pero era necesario hablar primero con la persona que había estado ahí desde el principio, la que más había hecho por ella sin duda. Un día como otro cualquiera, dando un paseo tras las clases, decidió hacerlo:
-          -Oye, Ismael, una cosita…
-          -Dime, dime.
-          -No, nada, que muchísimas gracias por todo lo que has hecho por mí todo este tiempo. Sé que todos han puesto de su parte, pero tú has superado a cualquiera. Estabas a mi lado siempre que lo necesitaba, y lo sigues estando.
-          -No hay nada que agradecer, tonta. Para eso estamos los amigos. Si no nos ayudamos, ¿para qué nos queremos?
-          -Ya, pero no todos aguantan meses sosteniendo a un amigo ante posibles recaídas. Sé lo difícil que ha sido también para ti, sobre todo teniendo en cuenta que hace un año ni me conocías. Es que hasta yo misma dudo si yo hubiera podido aguantar.
-          -Calla ya anda, qué tonterías dices. Lo importante es que tú no vas a tener que aguantar nada, y nadie vamos a tener que soportar nada más, porque ya está todo bien, ¿no?
-          -Por supuesto. ¡Como para no estarlo! Con vuestra ayuda me ha sido imposible fallar, y eso es algo que nunca voy a olvidar. Dios, no me imagino cómo estaría yo ahora si tú no hubieras estado ahí en aquel baño aquel día. Te debo todo, Ismael, nunca voy a poder compensártelo del todo.
Ismael no se lo pensó dos veces. Era aquí y ahora, tenía que intentarlo. Apretó fuerte el puño, y dijo:
-         -En realidad sí que puedes…- tranquila y lentamente, empezó a acortar la distancia entre sus miradas, al mismo tiempo que su mano buscaba su cintura. Salomé se dejó llevar, e imitó su movimiento. Sus bocas se aproximaban, e iban a entrar en contacto sin que se fueran realmente conscientes. Llegó a respirar el aire que ella exhalaba. Ya la sentía suya por fin. En unos instantes se iba a cumplir su sueño. Cuando sus ojos ya se cerraban para impedir distracciones y él se preparaba para acoger aquellos perfectos labios entre los suyos, un giro de cabeza  rompió la situación. Salomé se negó a seguir.
-          -Ismael… yo… creo que no es momento ahora, ni estoy en condiciones ni quiero hacerte daño…
-          -Perdóname, no sé en que estaba pensando.
-          -Tranquilo, no pasa nada. –se hizo un silencio incómodo entre los dos, y tras breves instantes que les parecieron eternos, dijo- bueno, ya va siendo hora de que vaya para casa.
-          -Sí, que ya se nos hace tarde. Que descanses.
-          -Hasta mañana.
No podía creer lo que le acababa de suceder. Había sido un idiota. ¿Qué le hacía pensar que de repente ella iba a querer? ¿Por qué había sido tan gilipollas? ¿Podrá seguir siendo ahora todo como antes o ya la he cagado para siempre? Ismael no cabía en sí de la rabia, rabia que, más adelante, se transformaría en una tristeza y decepción que ocuparían su noche.

Salomé tampoco acababa de aceptar la situación. ¿Desde cuándo se le estaba pasando a él la idea por la cabeza? ¿Había sido muy brusca al negarse de esa manera? Pero… ¿de verdad quería negarse? Una tremenda confusión la invadió completamente. No sabía qué pensar ni de él ni de ella misma. Había sido una tarde algo extraña, y lo mejor era actuar como si nada hubiera pasado. Al fin y al cabo, todo el  mundo comete errores, en el caso de que esa intención de beso pueda considerarse uno de ellos.

martes, 7 de octubre de 2014

Capítulo 16

A partir de aquel cambio radical todo se volvió bastante más complicado. Ya no había abstracción del mundo, ya no había una fuga que, por medio de efectos cerebrales, la dejase evadirse de la cruda realidad. Ahora cargaba las veinticuatro horas con su recuerdo, con su despedida, con la necesidad de sentirla cerca. Si no llega a ser por él, no habría llegado a salir nunca. Después de aquella conversación con Diego, todo aquel mundo se declaró ajeno a ella. La mañana siguiente a esa tarde Salomé le plantó cara por fin, siempre protegida con el apoyo de Ismael, e incluso sin miedo al público. Le dejó claro todo lo que tenía que dejar, enunciando cada uno de los momentos en los que diariamente le hacía perder la posesión de su cuerpo y prescindía de su voluntad. Le dejó claro que lo que un día dijo que le ayudaría a salir de esa era en realidad lo que de verdad le hizo entrar, y que no probaría ni media raya más, que estaba dispuesta a cambiar su modo de vida si era necesario. Y por último le dejó claro que no quería volver a saber nada más de él, que era ya parte de su pasado, y que ni se le ocurriera cruzarle la mirada ni mucho menos interponerse en su camino, que le había traicionado, y que no esperase nada por su parte a partir de entonces. Más que miedo, lo que ella de verdad desprendía mientras hablaba era odio, desprecio, e impotencia, por no poder devolverle todo lo que le había hecho pasar a ella. Alguna lágrima de rabia se derramaba por su perfil cada cierto tiempo, cada cierto recuerdo que pasaba por su mente, pero no titubeaba, no dudaba: estaba segura de que todo había sido una etapa oscura de la que tenía que salir. Diego protestaba, le alzaba la voz, e incluso trataba de agarrarla y bloquearla, pero ella miraba a Ismael, se cargaba de fuerza, y respondía o se movía con mayor brusquedad, demostrándole que ya no tenía nada que hacer contra ella. Había empezado a volver a ser lo que era antes, y nada la detendría.
Cuando aquella primera fase estuvo superada, empezó lo más duro: la recuperación y eliminación de ansiedad. Ataques de obsesión, espasmos e incluso descontrol eran parte de su día a día en un principio. Varias veces se planteó volver, volver a probar, volver a caer, pero allí estaba él para sostenerla y hacerle ver que no era lo que de verdad quería, que tenía que seguir adelante, y que no estaba sola. Ella llegó a gritarle inconscientemente, acusándole de ser su verdadero problema, tratando de echarlo de su vida como si no hiciese nada más que estorbar, pero Ismael simplemente respiraba hondo y, aunque le doliese en lo más profundo que, aunque fuese sin de verdad quererlo, tuviera que escuchar esas cosas, hacía oídos sordos y continuaba ahí, junto a ella. Verla en sus peores momentos tampoco fue fácil. Muchas noches estuvo condenado al insomnio cuando se repetían esas imágenes en su cabeza. Aunque en la escena él se mantenía firme y decidido, luego se desmoronaba, se descomponía por dentro, y la ansiedad de verla así lo dejaba hecho polvo. Pero no era él quien tenía que ser socorrido, sino ella, y debía de morderse la lengua y mantenerse como apoyo para todo lo que necesitase.
Los demás tardaron poco en enterarse de la verdadera situación. Tras disculparse ante Ismael, se mostraron también fieles a su amiga, y detrás de ella siempre que los necesitase. Llegaron a turnarse los fines de semana para ir a verla y llevarle el desayuno, la merienda, o para un simple ratito de charla. Incluso en el instituto las cosas fueron distintas. El momento del baño entre las clases pasó a la historia, ya no lo necesitaba, y, aunque sintiera impulsos de ir y probar, miraba a su alrededor, lo miraba a él, cogía su mano, respiraba fuerte, y aguantaba. Nada pudo hacerlo más feliz que ver como ella caminaba por fin en el camino correcto, y que no se rendía.
Con la ayuda de todos, Salomé fue capaz de contárselo a su padre, quien, como es normal, tuvo una primera reacción bastante brusca, y le llevó un tiempo relativamente largo aceptar la noticia. Pero, ahora que todo su alrededor sabía de su problema, cada parte le aportaba una pequeña parte de la solución. Fue duro, muy duro, pero ni mucho menos imposible.

Sin prisa pero sin pausa, la vida de todos empezó a llegar a la normalidad. Recuperaron momentos en reunión durante la rutina que antes no podían tener. Los temas de conversación empezaban a dispersarse, y la preocupación y el estado de alerta iban disminuyendo, puesto que ya no eran necesarios. Incluso volvieron las salidas en pandilla, Salomé volvió a salir en busca de diversión: había aprendido a aceptar aquella pérdida en su vida y a saber escoger los verdaderos caminos de superación.

lunes, 6 de octubre de 2014

Capítulo 15

Con el corazón más que acelerado y con estos pensamientos rondándole por la cabeza llegó a su destino. Aparcó, guardó el casco y llamó al timbre. Un dulce “ya voy” sonó desde el interior. Al abrir la puerta, el rostro de Salomé cambió por completo: ¿qué hacía este aquí?
-          -Ismael… Hola, ¿qué necesitas?
-          -¿Yo? Yo nada. Eres tú la que necesitas, un cambio ya.
-          -¿Un cambio? ¿Un cambio de qué? ¿Te aclaras, por favor?
-          -Ahora mismo te aclaro: hoy, en el baño, Diego y tú no estabais solos. Sí, lo escuché todo, y no se me va tu imagen de la cabeza. ¿En qué estabas pensando cuando empezaste a meterte, joder?
-          -¿En qué estabas tú pensando para meterte así en mi vida? Sí, estoy hecha polvo y sí, yo me lo he buscado, pero déjame en paz,  yo decido por mí, y no necesito que estés detrás diciéndome lo que debo hacer o no. Vete, por favor, ya mismo llega Diego, y no quiero que te vea conmigo.
-          -Diego no va a venir, Salomé. Diego desde ahora va a desaparecer de tu vida. Me da exactamente igual lo que pienses ahora, algún día me lo agradecerás. Necesitas salir de esta, y he llegado dispuesto a que lo logres.
-          -¡Claro que va a venir! Él me quiere, y me deja ser libre. No me controla, ni me dice lo que tengo o no tengo que hacer, el me deja ser yo.
-          -¿Qué te quiere? Venga ya, lo único que quiere es aprovecharse de ti. ¿Que te deja ser libre? ¡Pero si te ha hecho esclava de esa mierda! No le importas tú, le importa lo que puede llegar a hacer contigo.
Salomé no lo aguantó más. Avanzó en la dirección de Ismael, golpeó su hombro y, mientras escondía su cabeza en su pecho gritaba entre sollozos “¡Eso no es verdad! ¡Yo le importo!”. Después de unos instantes, justo en el momento en el que se disponía a abrazarla, ella se desplomó, y resbaló hasta quedarse de rodillas a sus pies, cubriéndose la cara con las palmas de las manos, ocultando sus lágrimas y su vergüenza, la que le suponía admitir que él llevaba la razón. Ismael se agachó, le retiró los brazos, le secó las lágrimas con sus dedos, buscó una mirada fija y, cuando la consiguió, le dijo:
-          -Confía en mí. A partir de ahora, todo esto va a ser solo parte del pasado, y dentro de un tiempo tendremos esto como una mala etapa de la que logramos salir.
-          -No es tan fácil. Lo necesito, Ismael, no me imagino ya mi vida sin él, y sin ella. Aquello que en aquel momento simplemente me ofreció se convirtió en mi vida, y ya sin eso no sé vivir. Lo he intentado varias veces, pero no puedo despegarme de ninguno de los dos.
-          -A él no lo necesitas. Es una simple adicción. ¿De verdad piensas que dependes de una persona te trata como su objeto de diversión? ¿De verdad piensas que eres un simple objeto para los demás?
-          -No merezco otra cosa. Mi vida se partió en el momento en el que se acabó la vida de mi madre, y desde entonces solo soy… -inspiró hondo, tragó saliva, lo miró suplicando ayuda con el brillo de sus ojos, y continuó- solo soy una adicta a la cocaína. Una adicta que no tiene vuelta atrás. Una adicta a la que un chico controla como le da la gana, y que inocentemente pensaba que lo hacía porque la quería. Ya no le importo, ni a él ni a nadie.
-          -No vuelvas a decir eso nunca más. Claro que mereces otra cosa, es más, mereces lo mejor, y nos tienes a todos para alcanzar lo que te propongas. No  hay vuelta atrás, pero puedes cambiar la dirección, siempre que de verdad estés dispuesta. Claro que importas, a mí me importas, y más de lo que te puedes imaginar.
Por la mejilla de Ismael se deslizó una pequeña lágrima, que cayó suavemente sobre las manos cogidas de ambos. Salome rompió un llanto desgarrador, como el que ya liberó meses antes, y lo abrazó desesperadamente. Fuerte, muy fuerte, mientras decía: “no puedo más, no lo soporto, te necesito”.  Lo que ella no sabía era que él también la necesitaba, y ya se había dado cuenta mucho tiempo atrás.

Permanecieron abrazados varios minutos. Ella se tranquilizaba, y él saciaba esa necesidad de tenerla entre sus brazos. Una vez se calmaron, pasaron dentro de casa. Se sentaron en el sofá, e Ismael le invitó a contar cómo había sucedido todo desde el principio. Ella accedió, y una conversación dura pero necesaria que lideraría el resto de la tarde se inició. Les salvó la acertada decisión de Diego de no aparecer por allí, ya que se olía que Ismael se le había adelantado. Fue entonces cuando sus vidas, que habían tocado el fondo, se disponían a iniciar el duro y largo camino hacia la superficie.