miércoles, 2 de julio de 2014

Capítulo 7

El teléfono empezó a sonar. Ismael se despertó con el sonido y, cuando se encontraba suficientemente espabilado, atravesó el pasillo para entrar al salón y cogerlo. Eran sus padres, que llegaban a casa en diez minutos. En cuanto colgó la llamada, volvió al cuarto, agitó a Salomé y la despertó. En apenas cinco minutos estaba ya en la puerta de la casa vestida y peinada. El resto del tiempo le sobraba, así que decidió encender el móvil: 9 llamadas perdidas: mamá. “Mierda, joder, la he cagado, ¿ahora qué le digo yo a mi madre? Dios… el broncón que me espera va a hacer historia…En fin, vamos allá.” Se despidieron después de haberle agradecido todo, y se marchó.
Tenía razón; al llegar a casa, después de la primera sensación de alivio, vino la regañina. Muchos gritos e insultos, y el resto de findes del mes no pisaría la calle, lo que, después de que lo pensase durante un tiempo, no estaba tan mal: si venían ellos, ella no estaría infringiendo la nueva ley. Cuando por fin terminó el discurso al que poco habían afectado las falsas excusas, Salomé se encerró en su cuarto, ya necesitaba algo de soledad e intimidad, y su trabajo del instituto estaba a medias. Allí se pasó el resto del día encerrada, y solo salió para comer e ir al baño, lo que era raro en una chica como ella, siempre viva y con movimiento, de un lado para otro y nunca fija en el mismo sitio.
Al día siguiente parece que las aguas se habían calmado algo más; las miradas no eran asesinas, y las frases de su madre ya no eran utilizadas únicamente para resaltar sus defectos. Como era costumbre, desayunó, se vistió y arregló, cogió el casco, las llaves y salió. Otra vez lunes, otra semana entera que pasar, una semana que venía cargada de las más inesperadas sorpresas.
Otros siete días de rutina. Los "buenos días" antes de entrar en clase, el recorrido por los pasillos, el acomodarse lo mejor posible al pupitre, y empezar a soportar a los profesores.
-          -Oye, ¿qué tal te fue con tus padres?
-          -De la peor manera posible. Lo único bueno es que no me han prohibido meter a nadie en casa este mes, por lo que podré sobrevivir.
-          -Entonces no ha sido tan malo, mujer.
-          -¿Que no? Cómo se nota que no estuviste. Mi madre echaba humo por todos lados, y a mi padre le faltó coger la porra, vamos, que seguro que se asustaron hasta los vecinos. Me dijeron de todo, tío, que si era una vergüenza de hija, que qué mierda de educación había recibido, que si no tengo moral, que para esto prefieren pagar un reformatorio permanente… Vamos, que me odian.
-          -No, Salomé, no te odian, simplemente quieren que veas lo que has hecho.
-          -¿Y qué he hecho tan mal? ¿Dormir unas horas fuera sin avisar con tal de que ellos pudieran dormir tranquilos? Que no, que no, que se han pasado, que no me merezco que digan todo eso. Seguiré siendo su hija, pero solo oficialmente; a mí ya me han perdido, y lo van a notar.
Ismael no sabía cómo hacerla entrar en razón, ese fue el tema de conversación de toda la mañana. Estaba empeñada en que tenía que devolverles cada uno de los malos ratos que le habían hecho pasar. Menos mal que iba a tener cosas de las que ocuparse estos días. Como castigo, el profesor de historia les mandó un temario extra para examinarse el próximo miércoles, y no eran precisamente un par de hojas. Cuando terminaron todas las clases, Más acelerada que nunca, Salomé huyó del instituto sin ni siquiera despedirse. Tardó segundos en arrancar la moto, los segundo justos para que Ismael apretase los manillares y chocase sus rodillas con la rueda delantera. No entendía qué le estaba pasando.
-          -¿Pero qué haces? ¿Tanto me odias que no te vas ni a despedir? Que soy tu vecino, un respeto.
No tenía fuerzas para reírle la gracia. Después de unos segundos de incómodo silencio, se quitó el casco, y le descubrió su rostro, empapado en lágrimas, con los ojos rojos, que contrastaban con la tez tan pálida que tenía en ese momento. No lo dudó ni un momento: le quitó el casco de las manos, lo tiró al suelo, y la abrazó hasta casi cortarle la respiración. Notó como su cuerpo se relajaba, dejaba de contenerse y exhalaba todo lo que guardaba. Rompió a llorar, le faltaba el aire y le sobraba motivo. Se cogió fuertemente a su espalda, mientras que él la levantó y sacó de la moto. No podía conducir así, necesitaba hablar.
-          -Tranquila, estoy aquí, relájate, no pasa nada.
-          -Ya no les importo Ismael, ya les doy igual. No es la primera vez que pasa esto, y están hartos de mí, se les nota. Coño, que son mis padres, esas cosas no deberían decírmelas… ¿Qué si llegan a saber que salgo así se plantean tenerme? Eso no se lo dices a alguien a quien le tienes un mínimo de cariño.
-          -Salomé, son arrebatos, no lo dicen en serio, es totalmente imposible. Ellos te quieren muchísimo, pero a veces exageran las cosas para que te des cuenta, sin ellos fijarse en que quizás suena demasiado creíble. Confía en mí anda, ya descubrirás que llevo razón algún día.
-          -Bueno, yo estaré tranquila con ellos, pero que sepan que la confianza hay que volver a ganársela, no voy a ser la misma hasta que ellos me demuestren que soy algo más que una carga.
-          -Me parece bien, déjales un tiempo de reflexión si quieres, pero que sepas que no te odian, ni mucho menos. ¿Podrás conducir?
-          -Sí, sí, no te preocupes. Muchas gracias tío, eres el mejor.
-          -Calla anda y no delires. Cualquier cosa me llamas, que estoy ahí para todo lo que necesites.
-          -Vale, lo tendré en cuenta, nos vemos mañana, ¿vale?
-          -Por supuesto.

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