Hora del
almuerzo. Habían desayunado como reyes, pero habían quemado toda la energía en
el agua, y estaban hambrientos. Esta vez
no eran simples bocadillos, no eran simples ensaladas o chorizos: el suelo se
empezó a llenar de fiambreras y envoltorios, los cubiertos volaban para ser
repartidos, y las toallas se extendían a modo de mantel. La comida comunitaria
estaba servida. De allí saldrían todos con un par de kilitos más.
Tras
negarse a comer un solo bocado más, Jorge se encargó de inaugurar la
competición oficial de aquel sábado: carrera a los hombros. Las parejas de
habitación tenían que formar una torre humana, subiéndose un miembro de esta
sobre los hombros del otro. El primero que atravesase el lago se coronaba
pareja real del fin de semana. Salomé e Ismael se organizaron rápidamente: él
soportaría su peso perfectamente. Ya la había sostenido en momentos de
verdaderas caídas, por lo que esto no supondría ningún problema. Una vez que
Laura simuló el pistoletazo de salida, las parejas comenzaron a correr. Algunos
apenas duraron los primeros instantes, no estaban bien distribuidas y cayeron
al agua. La verdadera competición acabo desarrollándose entre las mixtas, las
más equilibradas. Cuando parecía todo decidido, los últimos segundos dieron la
vuelta a las apuestas: Ismael, quien iba perdiendo con bastante desventaja,
sacó fuerzas de flaqueza, se impulsó con la mayor potencia que pudo y cruzó la
línea de meta en primer lugar.
El
novato y su compañera habían ganado. Todos saltaban y vitoreaban ruidosos.
Incluso los vencidos rieron y animaron a los ganadores. Fue entonces cuando,
entre el bullicio y los aplausos, Ismael se llevó el verdadero premio: Salomé,
sin pensárselo dos veces y con movimientos rápidos, lo agarró del cuello y, con
un gran impulso, saltó a su cadera. Mientras que Ismael reaccionaba sujetándola
con ambas manos, no le dio tiempo a actuar ante lo que le ocurrió: mientras le
acariciaba el pelo, Salomé cerró los ojos y lo besó. Un beso rápido, algo
brusco al principio, inesperado, pero más que deseado. Ya no podía pedir más.
Era suya al fin. Cuando pudo darse cuenta de lo que estaba viviendo, todo se
intensificó. Él la estaba presionando contra sí con fuerza, mientras que ella
cada vez sentía sus latidos más próximos a su pecho. Ambos disfrutaban de lo
que tanto ansiaban: se necesitaban, y ya era hora de terminar con aquella
estúpida distancia entre ellos y sus sentimientos.
No llevó
mucho tiempo, pero si el suficiente como para que, cuando se abrazaron y Salomé
volvió a tocar tierra, el resto de la pandilla estuviera atónita, sin palabras
y totalmente paralizados.
- -¡Si
es que lo sabía! ¡Sabía que esto tenía que pasar! ¡Estabais destinados,
chavales!- Laura, siempre tan discreta, hizo que todos clamasen a sus palabras
y empezaran a aplaudir. Sin saber exactamente cómo, Ismael sentía en que habían
adivinado lo que de verdad él había luchado por esto, y que su verdadero premio
lo estaba sosteniendo entre sus brazos.
El resto
del día no pudo ir mejor. Más carreras de revancha, paseos por los alrededores
y bromas los mantuvieron ocupados, a todo el grupo menos a los protagonistas
del día. Ellos vivían en un mundo completamente a parte. Pasaron toda la tarde
entre caricias, besos, abrazos, y algunas conversaciones.
- -Si
es que fui tonta, y ni siquiera supe interpretar lo que realmente quería.
- -Tranquila,
es normal. Todo lo que has pasado deja paralizado a cualquiera. Además, no
tenías por qué sentir nada por mí, así que no hay nada de lo que lamentarse.
- -Tú
tampoco tenías por qué ver nada en mí… después de demostrarte lo débil que puedo
ser, las cagadas que puedo llegar a cometer… ¿por qué yo, Ismael?
- - ¿De
verdad me estás haciendo esta pregunta? Eres sin duda la mejor chica con la que
me he podido encontrar nunca. Dejando aparte el físico, cosa de la que no tengo
nada que despreciar, tienes una personalidad que… no sé, me encanta. Ves todo
de otra manera, conviertes los problemas de los demás en algo simple, apoyando
en todo lo que puedes. Luchas por lo que quieres y, aunque a veces te cueste,
continúas sin descanso. Nada más que la forma en la que me recibiste y te
abriste a mí me llegó. Me haces sentir especial, y eso que la especial aquí
eres tú. En fin, todo lo que tiene que ver contigo… me enam… - antes de poder
terminar la frase, Salomé lo cortó con un beso, en el que se podía palpar la
auténtica e intensa sonrisa que brotaba de sus labios.
- -Tú
sí que eres especial, Ismael. Nunca había hecho nada por ti, y ya estabas
ofreciéndome tu ayuda para todo. A mí y a los demás. Aunque en algunos momentos
quise dejarte aparte de todo, siempre he contado contigo y con tu ayuda, porque
sabía que ibas a estar ahí. Eres el chico con los perfectos y desperfectos que
siempre me había imaginado. Pero te veía demasiado para mí, y tenía miedo de
que esto no acabase bien.
- - Pues
nunca más digas eso, porque soy incluso demasiado poco para lo que te mereces,
y voy a ser tuyo para siempre.- Ismael la envolvió con sus brazos, haciéndole
sentir protegida de cualquier peligro y, una vez que pudieron sentir la más
profunda respiración del otro, la besó una vez más. El beso más sincero, más
destapado, pero a la vez firme, que podría haberle dado jamás.
Ya era
tarde. Estaba a punto de anochecer y el cansancio empezaba a notarse, era hora
de volver a la casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario