Unas
siete horas después sonó el despertador. En media hora tenían que estar
vestidos en la pequeña cocina de la casa. Solo Salomé lo oyó, por lo que
aprovechó para levantar a Ismael de una manera algo especial. Llenó la botella
de agua fría, levantó el cuello de la camiseta y empezó a volcarla. Para cuando
Ismael reaccionó, ya estaba completamente empapado.
- -¡Pero
qué haces, sinvergüenza! ¡Te vas a enterar!- tras perseguirla por toda la
habitación entre risas, la atrapó y se la cargó al hombro; tirándola a la cama
dijo- ¡marchando una de cosquillas para la señorita!
Ismael
se tiró a su lado y empezó a hacerle cosquillas por todo el cuerpo. Salomé se
retorcía de mil maneras, y ya estaba llorando de tanto reír. Solo tenía fuerzas
entre carcajada y carcajada para soltar un “¡Para Ismael, para!”. Ya, cuando
ambos se cansaron y miraron lo tarde que se les había hecho, dieron por
terminado el combate y se cambiaron de ropa. No podían haber tenido una mejor
manera de comenzar lo que iba a ser un fantástico día.
Aunque
se dieron la mayor prisa posible, llegaron los últimos a la cocina. Como era de
esperar, eso causó revuelo y comentarios sobre un posible romance, pero su
reacción de seriedad hizo que los susurros se apagaran antes de lo normal.
Los que
tenían más habilidad con los fuegos se encargaban de los huevos fritos y el
beicon, ya que a más de uno le apetecía un desayuno típicamente inglés. Otros,
mientras, metían rodajas de pan en la tostadora y untaban la mantequilla y
mermelada. Al mismo tiempo, había quien se ocupaba del café y la leche
caliente. Los que quedaban ponían la mesa. Una vez todo servido empezó el
festín, del que nadie salió con hambre. Con el estómago más que lleno, cargaron
las mochilas con bañadores y toallas y salieron en la excursión que se había
planeado: iban a pasar el día en un lago que había por los alrededores.
- -Chicos,
esto está más lejos de lo que pensaba.
- -Qué
quejica eres, de verdad, ¡si está aquí al lado!
- -Venga,
sin peleas, por favor… ¡Mirad! ¡Ya hemos llegado!
Tras atravesar
un par de arbustos que tapaban las vistas, se abrió ante ellos aquel
maravilloso lugar: un enorme lago natural bañaba un suave terreno arenoso,
mientras que grandes árboles daban sombra a la pared de piedra de la que caía
una cascada débil pero continua, que alimentaba todo aquel paisaje. Nadie podía
decir lo contrario, quedaron totalmente conquistados ante lo que acababan de
descubrir. Tras el grito de: “¡El último friega esta noche!”, todas las
mochilas se dejaron caer al suelo, junto con toda la ropa, que quedó amontonada
en uno de los rincones. Corrieron hacia el agua como si les fuera la vida en
ello, sin ningún tipo de complejo o vergüenza por descubrirse ante los demás.
Estaban en familia, y lo físico no importaba lo más mínimo.
Salpicones,
ahogadillas, carreras y acrobacias acuáticas reinaban aquella mañana. En ese
momento fue cuando todos cayeron en la cuenta. Miraban a Salomé, y a más de uno
se le encogió el corazón de la emoción. El peor año había sido el suyo con
diferencia. Pero, aun habiendo atravesado muerte de familiares, falsas
relaciones amorosas y adicciones, allí estaba ella, dando lo mejor que tenía,
haciendo relucir su sonrisa minuto a minuto, pisoteando el oscuro pasado, que
ya parecía haber dejado atrás.
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