lunes, 1 de septiembre de 2014

Capítulo 12

Gran día de la vuelta al cole. Tenía todo preparado, no se olvidaba de nada.
-          -¿Estás segura de que te sientes preparada para volver a tu vida normal?
-          -Sí, papá, no te preocupes. Aunque se me note deteriorada y eso por el cansancio acumulado, ya va siendo hora de afrontar lo que nos toca.
-          -Sabes que por parte del instituto no hay ningún problema, comprenden el caso y están de acuerdo con cualquier decisión que tomemos…
-         - Lo sé, lo sé, y agradezco que te preocupes, pero prefiero hacerlo así.
-          -Si estás segura, adelante. Que tengas buen comienzo, mi vida.
-          -Gracias, papá, te quiero.
Tener que despedirse de una sola persona antes de colgarse la mochila a la espalda le sentó como una puñalada en el pecho, cuyo dolor persistió más de lo imaginable. Ese día optó por el bus, no quería arriesgarse a trágicas distracciones.
Al bajar el último peldaño de la puerta de salida, la bocanada de aire colegial le golpeó fuerte. Era buena hora, más temprano de lo que solía llegar, por lo que el discurso de la coartada podría estar terminado al inicio del día. Ya los había visto. Habían llegado casi todos, faltaba solo Ismael. Fue cuestión de segundos que se abalanzasen sobre ella. Menudo abrazo se dieron. Por lo visto, Diego había contado la verdad.
-         - ¡No me puedo creer que seas tú! Tres semanas sin verte eran demasiadas…
-          -¿Por qué no nos has querido contar nada? ¡Sabes que nos tienes para todo!
-          -Lo sentimos muchísimo niña, cuenta con nosotros para lo que necesites.
-          -Eso, eso, ¡que te hemos echado de menos!
-          -Gracias chicos, yo también os he echado de menos a vosotros. Siento no habéroslo dicho antes, pero no me sentía con fuerzas y creí que lo mejor era guardármelo para mí. Diego se enteró por… digamos… casualidad, no lo elegí a posta.
-          -Tranquila, te comprendemos perfectamente. No nos tienes que dar ninguna explicación, de verdad. Además… ya sabemos lo que os traéis entre los dos… ¡que tres semanas dan para mucho!
En ese momento cruzó Ismael la entrada. Iba con paso ligero, pero la vio. Aún así, giró la cara, ni paró el paso, y se metió en el edificio. Esto no pintaba bien; al parecer, su última conversación no le había dejado indiferente.
Primera hora de su segundo primer día. No se sentía otra cosa más que incomodidad en aquellos dos pupitres. No se dirigían una sola mirada. En cierto modo, parecía sencillo no saber del otro durante un día más, pero no aguantaron demasiado. Al terminar la explicación, se rompió el silencio.
-          -¿Qué has hecho, Salome?
-          -¿Qué he hecho de qué? Habla claro, no estoy para jueguecitos, por favor.
-          -Lo mismo para ti es fácil, pero yo no he dejado de preocuparme en ningún momento. No son jueguecitos, es una pregunta clara. ¿Qué has hecho estos días?
-          -Ser feliz, disfrutar de la compañía de mi familia al completo y vivir una vida llena de aventuras, no te fastidia.
-          -Joder, lo siento, no quería… es igual, no me refiero a eso. Estás completamente diferente. Has perdido un montón de peso, esos pantalones antes se te ajustaban, y ahora caben dos como tú; tu color de piel no es el mismo, estás blancuzca, muy pálida y fría; no tienes iniciativa de conversación, tu mirada se evade, y no te has separado de tu botella de agua ni un minuto. Entiendo que sean parte de las secuelas de lo ocurrido, pero estoy más que seguro de que no es la única causa. ¿Hay algo que deba saber?
-         -Ya no sé ni cómo decírtelo, joder, te lo dejé claro aquella noche. Tú no sabes lo que es pasar por esto, no lo sabes, y no te deseo que lo sepas nunca. Lo que se me nota por fuera es lo mínimo con lo que cargo, el reflejo más débil de lo que llevo dentro; no se puede parecer un pincel si por dentro estás hecha una mierda. Sinceramente, me duele que no me creas, ni antes ni ahora. No tengo por qué darte más explicaciones. Incluso, si lo piensas, es mi vida, y si te hubiese ocultado algo tendrías que respetarlo. Si quieres seguir hablándome, bien, y si no, ahora mismo no estoy como para preocuparme por esas cosas-las lágrimas asomaron y amenazaron con derramarse.
-         - Está bien, perdona la presión, si no quieres contarme, tus motivos tendrás. Yo solo quiero que sepas que me ofrezco para todo lo que necesites, y que voy a estar a tu lado siempre que tú quieras. Si estás segura de que te conviene, te garantizo mi apoyo.
-         - Supongo que tendré que aceptar tus disculpas, ¿no?-un leve amago de sonrisa se impuso sobre su decaído rostro.
-         - Por la cuenta que nos trae, más nos vale, Jajajaja.
-          -Ojalá y algún día vuelva a ser todo como antes.
-         - Si te empeñas, lo conseguirás, créeme.
Se terminó el mal trago para ambos. Todo lo que tenían que saber el uno y el otro ya estaba dicho, ya era cuestión de volver a la normalidad poco a poco. Por dentro, se moría por soltarle todo lo que le pasaba y en qué mundo se estaba metiendo.

Pocas conversaciones fluidas más surgieron aquella mañana. La mirada totalmente absorta de Salomé y su impaciencia inusual por oír sonar el timbre lo mantenían en una constante nube de dudas. “A esta chica no le está pasando nada bueno; lo peor es que si ella no se encuentra bien, yo tampoco lo puedo estar,  eso no lo tiene en cuenta.” 

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