viernes, 5 de septiembre de 2014

Capítulo 13

Esa actitud no fue cosa de una mañana; día tras día, todo se presentaba igual en aquellos pupitres, ella evadida del mundo, cada vez con más ansia por salir del aula, más delgada, más débil y con menos ganas de continuar. Era curioso: los primeros días, parecía aliviar todos sus dolores cuando estaba con Diego, parecía calmar todo lo que por dentro le angustiaba. Pero, conforme pasaba el tiempo, ya ni él conseguía apaciguarla: el desánimo la había dominado por completo. La forma en la que se contenía apretando sus puños, el moqueo constante y las rojeces que aparecían nuevas en sus brazos cada mañana avivaban la desesperación de Ismael, que ya no sabía qué hacer ni con él mismo ni con ella. Las horas fuera del centro parecía mantenerlas ocupadas de la misma manera que hace ya unos meses: Diego tranquilizaba al grupo contándoles lo que la tarde anterior había estado hablando con ella en todas las salidas del instituto. “Se pondrá bien muy pronto. Dadle tiempo, ha sido un golpe muy duro para ella.” Parecían imbéciles creyéndolo, “¿pero de verdad la ven tan bien como para creer que no hay nada oculto detrás de esos cuentos? ¿No han notado ni una pizca de su falta de vida?” Estas preguntas no se despegaban de su cabeza ni un momento; cualquier día de estos, Ismael iba a explotar. Eran todo meras sospechas que se apoderaban de su cabeza, no tenía nada en lo que basar ninguna teoría o sobre lo que actuar, y eso le hacía sentir impotente; su amiga estaba desgastándose, él lo sabía, y ella no contaba con él para absolutamente nada.

No duró muchas semanas más la incertidumbre. Un mediodía, en la hora de recreo, Ismael entró al baño, había bebido mucha agua esa mañana y tenía que soltar líquido de alguna manera. Mientras estaba en el váter, con la puerta cerrada y sin hacer ningún ruido, oyó pasos de dos personas entrar en el servicio. No tardó en reconocer las voces: eran Diego y Salomé. Por lo que parece, creían estar solos, por lo que la acción no tardó en empezar:
-          -Dámela, Diego, dámela.
-          -Jajajaja cielo, no estás cuidando tu ansiedad, ¿eh? Paciencia, que la tengo aquí bien resguardadita.
-          -La necesito ya, joder, sácala y pongámonos de una vez.
-          -Ya va, cariño, ya va. Eh, pero antes, me tienes que prometer que esta tarde repetiremos lo de ayer.
-          -No, por favor, lo de ayer no. Ten piedad, estoy agotada. Llevamos toda la semana así, y mi cuerpo no da para más. Déjame descansar, te lo ruego.
-          -¿Descansar? ¿Descansar de qué? Si sabes que tú también lo estás deseando, no te hagas de rogar. Si no, ya sabes, hoy no hay premio.
-          -Diego… no puedes hacerme esto.
-          -Puedo de sobra. Eres mía, y dependes de mí para esto. Si yo no estoy, olvídate de conseguir un gramo.
-          -No soy tuya, y jamás lo seré. Eres un cabrón y no te necesito, solo necesito eso.
-         - Eres totalmente mía, ¿entendido? Y como vuelva a escuchar lo contrario no va a ser solo la ansiedad la que te duela, ¿hablo claro, princesa? –un fuerte golpe resonó por todo el aseo.
-         - Perdóname, no quería ofenderte, lo siento. Suéltame, por favor.
-          -Así me gusta. Como veo que has aprendido la lección, te doy tu recompensa.
Acto seguido se oyó el sonido de una bolsa abriéndose, unos momentos de silencio, y fuertes inspiraciones que se repetían una y otra vez. Tan pronto como dedujo de lo que se podía tratar, Ismael no dudó en asomar la cabeza por encima de la puerta. Jamás olvidaría esa imagen de su cabeza. Lo sabía, si él lo sabía, pero nunca había llegado a imaginar que podría impactar tan fuertemente lo que acababa de presenciar. La que, ya se había dado cuenta, era la chica de sus sueños estaba pudriéndose por dentro, estaba drogándose. Mientras terminaban, se deshacían de todo el material y se marchaban ignorando su presencia, Ismael permaneció en un estado de bloqueo, sin reacción alguna, intentando reconocer la escena como parte de la realidad. Necesitó un tiempo, pero, cuando lo logró, no hizo nada más que jurarse que ese desgraciado iba a pagar por lo que había hecho. Ahora que de verdad conocía lo que de verdad ocurría, no lo iba a dejar pasar ni un solo día más.


Las tres horas de clase restantes se le hicieron interminables. No podía mirarla igual, ahora que sabía lo que llevaba dentro y quién era el culpable. Si lo llega a saber antes, nada así hubiese llegado a pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario