Esa
actitud no fue cosa de una mañana; día tras día, todo se presentaba igual en
aquellos pupitres, ella evadida del mundo, cada vez con más ansia por salir del
aula, más delgada, más débil y con menos ganas de continuar. Era curioso: los
primeros días, parecía aliviar todos sus dolores cuando estaba con Diego,
parecía calmar todo lo que por dentro le angustiaba. Pero, conforme pasaba el
tiempo, ya ni él conseguía apaciguarla: el desánimo la había dominado por
completo. La forma en la que se contenía apretando sus puños, el moqueo
constante y las rojeces que aparecían nuevas en sus brazos cada mañana avivaban
la desesperación de Ismael, que ya no sabía qué hacer ni con él mismo ni con
ella. Las horas fuera del centro parecía mantenerlas ocupadas de la misma
manera que hace ya unos meses: Diego tranquilizaba al grupo contándoles lo que
la tarde anterior había estado hablando con ella en todas las salidas del
instituto. “Se pondrá bien muy pronto. Dadle tiempo, ha sido un golpe muy duro
para ella.” Parecían imbéciles creyéndolo, “¿pero de verdad la ven tan bien
como para creer que no hay nada oculto detrás de esos cuentos? ¿No han notado
ni una pizca de su falta de vida?” Estas preguntas no se despegaban de su
cabeza ni un momento; cualquier día de estos, Ismael iba a explotar. Eran todo
meras sospechas que se apoderaban de su cabeza, no tenía nada en lo que basar
ninguna teoría o sobre lo que actuar, y eso le hacía sentir impotente; su amiga
estaba desgastándose, él lo sabía, y ella no contaba con él para absolutamente
nada.
No duró
muchas semanas más la incertidumbre. Un mediodía, en la hora de recreo, Ismael
entró al baño, había bebido mucha agua esa mañana y tenía que soltar líquido de
alguna manera. Mientras estaba en el váter, con la puerta cerrada y sin hacer
ningún ruido, oyó pasos de dos personas entrar en el servicio. No tardó en
reconocer las voces: eran Diego y Salomé. Por lo que parece, creían estar
solos, por lo que la acción no tardó en empezar:
- -Dámela,
Diego, dámela.
- -Jajajaja
cielo, no estás cuidando tu ansiedad, ¿eh? Paciencia, que la tengo aquí bien
resguardadita.
- -La
necesito ya, joder, sácala y pongámonos de una vez.
- -Ya va, cariño, ya va. Eh, pero antes, me
tienes que prometer que esta tarde repetiremos lo de ayer.
- -No,
por favor, lo de ayer no. Ten piedad, estoy agotada. Llevamos toda la semana
así, y mi cuerpo no da para más. Déjame descansar, te lo ruego.
- -¿Descansar?
¿Descansar de qué? Si sabes que tú también lo estás deseando, no te hagas de
rogar. Si no, ya sabes, hoy no hay premio.
- -Diego…
no puedes hacerme esto.
- -Puedo
de sobra. Eres mía, y dependes de mí para esto. Si yo no estoy, olvídate de
conseguir un gramo.
- -No
soy tuya, y jamás lo seré. Eres un cabrón y no te necesito, solo necesito eso.
- - Eres
totalmente mía, ¿entendido? Y como vuelva a escuchar lo contrario no va a ser
solo la ansiedad la que te duela, ¿hablo claro, princesa? –un fuerte golpe
resonó por todo el aseo.
- - Perdóname,
no quería ofenderte, lo siento. Suéltame, por favor.
- -Así
me gusta. Como veo que has aprendido la lección, te doy tu recompensa.
Acto
seguido se oyó el sonido de una bolsa abriéndose, unos momentos de silencio, y
fuertes inspiraciones que se repetían una y otra vez. Tan pronto como dedujo de
lo que se podía tratar, Ismael no dudó en asomar la cabeza por encima de la
puerta. Jamás olvidaría esa imagen de su cabeza. Lo sabía, si él lo sabía, pero
nunca había llegado a imaginar que podría impactar tan fuertemente lo que
acababa de presenciar. La que, ya se había dado cuenta, era la chica de sus
sueños estaba pudriéndose por dentro, estaba drogándose. Mientras terminaban,
se deshacían de todo el material y se marchaban ignorando su presencia, Ismael
permaneció en un estado de bloqueo, sin reacción alguna, intentando reconocer
la escena como parte de la realidad. Necesitó un tiempo, pero, cuando lo logró,
no hizo nada más que jurarse que ese desgraciado iba a pagar por lo que había
hecho. Ahora que de verdad conocía lo que de verdad ocurría, no lo iba a dejar
pasar ni un solo día más.
Las tres
horas de clase restantes se le hicieron interminables. No podía mirarla igual,
ahora que sabía lo que llevaba dentro y quién era el culpable. Si lo llega a saber
antes, nada así hubiese llegado a pasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario