miércoles, 13 de agosto de 2014

Capítulo 11

Vuelta a lo mismo. Primer timbre, pupitre vacío, clases eternas y añoranza de su olor, su sonrisa.  Tenía que hablar con Diego, esto pasaba de castaño oscuro. La llamada  a Salomé de la noche anterior le había quitado el sueño:
-          -¿Cómo estás?
-          -Pues bastante mal. El dolor no se me pasa, me temo que voy a tener que quedarme encerrada unos días más.
-          -¿Unos más? Pero si ayer saliste con Diego, tu encerrona empieza hoy ¿no?
-          -Ayer no salí con él, Ismael.
-          -Salomé, que te vi desde el parque que está en frente del quiosco. ¿Por qué parecía que no te sostenías en pie?
-          -Ah, bueno, sí, me di una vuelta, pero eso no contaba. No parecía nada, era simplemente salir a dar un paseo para despejarme, pero no me sentó bien.
-          -Mira, eso se lo tragan otros, pero sabes de sobra que a mí no me engañas. Hazme el favor y cuéntame a qué te dedicaste ayer.
-          -A nada, joder, a nada. Andamos y punto.
-          -¿Tú te crees que yo soy tonto? Lo que de verdad te pasa  no tiene nada que ver con la barriga ni cosas por el estilo. No intentes encubrirlo, porque no lo vas a conseguir. Te he pillado, ahora dime la verdad.
-          -Mira, piensa lo que quieras.- colgó.
Le estuvo dando vueltas toda la madrugada, intentando no ponerse en lo peor, pero le costaba. “No, ella no, ella no lo haría. Ismael, tiene que haber otra explicación. Mareos repentinos, yo qué sé. Lo mismo hasta lo he exagerado sin darme cuenta. Tranquilízate tío. Mañana aclararemos las cosas.”
El último timbre le dio la oportunidad. Se cargó la mochila al hombro y, apartando a todo lo que se le oponía, salió escopetado. Hoy Diego se iba temprano, tenía la tarde liada, tenía que pillarlo como sea. Y lo consiguió, justo a tiempo. Estaba despidiéndose cuando apareció a lo lejos corriendo, con la mano en alto y gritando su nombre.
-          -¡Qué velocidades llevas, chaval! Un poco más y no te alcanzo.
-          -Tú verás, hoy voy embalado, pero es que tengo prisa. Esta tarde está ocupadilla.
-          -Ya, ya, losé. No te molesto mucho, solo quería saber sobre Salomé. ¿Cómo está?
-          -Pues no muy bien, la verdad. El estómago la tiene jodida. Apenas se mueve del sofá. Se tiró ahí todo el día, por lo visto. Si puedo, esta tarde me escapo a verla un rato a ver como sigue, y mañana os informo.
-          -Ah, joder, que mierda. Sí, por favor, cuéntame lo que sepas, me tiene preocupado. No se movió de allí en toda la tarde ¿no?
-          -Emmm… no, no, estuve yo con ella y no, apenas se incorporó. ¿Por?
-          -No, nada, nada. Ala, vete ya que ya te he interrumpido bastante.
-          -Calla anda, que para esto estamos. Mañana nos vemos.
-          -Sí, sí. Hasta mañana.
Increíble. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Lo tomaban por idiota? No podía pensar nada medianamente razonable después de aquello. ¿Qué iba a hacer ahora? No podía presentarse así como si nada. Por lo visto, sus preocupaciones les importaban poco. Si tanto lo encubrían, será porque lo saben llevar ellos solos, sea lo que sea. “No voy a comerme la cabeza por algo que lo mismo ni es cierto. No han contado conmigo, por algo será. Que mientan como quieran.” Esas frases fueron su banda sonora para el resto de la tarde. Para esa tarde, y el resto de ellas.


Llamaron a la puerta. Por fin, se le había hecho la mañana eterna. Esto del insomnio era peor de lo que se imaginaba. Bajó las escaleras. Efectivamente, su padre no estaba, todo esto suponía más tareas para él de las que podía imaginar. Habían pasado la noche juntos, y por la mañana no se separaron  ni un minuto, pero se sentían solos, faltaba ese alguien en sus abrazos, y ambos se sentían vacíos por dentro. Abrió la puerta, y lo vio. A él y a ella, en su pequeña bolsita, la de costumbre.
-          -Qué, ¿está la casa para nosotros?
-          -Sí, sí, como te prometí. Pasa anda, no te quedes ahí, ya hay confianza de sobra.
-          -Eso no te lo puedo negar, estas semanas estoy pisando más esta casa que la mía.
-          -Te quejarás, vamos.
-          -Para nada princesa, lo sabes mejor que yo, nunca me canso de estar contigo, sea donde sea.
-          -Menos mal que estás aquí conmigo. No sé que habría sido de mí estas dos semanas y pico sin ti ni tu sorpresa. Sácala anda, que me está tentando demasiado.
-          -Eh, no te estarás convirtiendo en…
-          -¿Qué dices? ¡Venga ya! Si controlo perfectamente.

Una tarde más continuaron con sus costumbres. Ya hacía tres semanas de aquel catastrófico día, y Salomé no había pisado el instituto desde entonces; ni el centro, ni apenas la calle, estaba demasiado ocupada en sus “distracciones”. Aún así, los dos coincidieron en que ya iba siendo hora de incorporarse a las clases de nuevo, y empezar a inventar excusas para todos los que preguntasen. Diego ya había hecho la mayor parte del trabajo sucio, pero las preguntas iban a dirigirse todas a ella, y eso era duro de afrontar, sobre todo si entre ellas estaban las de Ismael… le iba a costar convencerle con aquella gran mentira.

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