lunes, 6 de octubre de 2014

Capítulo 15

Con el corazón más que acelerado y con estos pensamientos rondándole por la cabeza llegó a su destino. Aparcó, guardó el casco y llamó al timbre. Un dulce “ya voy” sonó desde el interior. Al abrir la puerta, el rostro de Salomé cambió por completo: ¿qué hacía este aquí?
-          -Ismael… Hola, ¿qué necesitas?
-          -¿Yo? Yo nada. Eres tú la que necesitas, un cambio ya.
-          -¿Un cambio? ¿Un cambio de qué? ¿Te aclaras, por favor?
-          -Ahora mismo te aclaro: hoy, en el baño, Diego y tú no estabais solos. Sí, lo escuché todo, y no se me va tu imagen de la cabeza. ¿En qué estabas pensando cuando empezaste a meterte, joder?
-          -¿En qué estabas tú pensando para meterte así en mi vida? Sí, estoy hecha polvo y sí, yo me lo he buscado, pero déjame en paz,  yo decido por mí, y no necesito que estés detrás diciéndome lo que debo hacer o no. Vete, por favor, ya mismo llega Diego, y no quiero que te vea conmigo.
-          -Diego no va a venir, Salomé. Diego desde ahora va a desaparecer de tu vida. Me da exactamente igual lo que pienses ahora, algún día me lo agradecerás. Necesitas salir de esta, y he llegado dispuesto a que lo logres.
-          -¡Claro que va a venir! Él me quiere, y me deja ser libre. No me controla, ni me dice lo que tengo o no tengo que hacer, el me deja ser yo.
-          -¿Qué te quiere? Venga ya, lo único que quiere es aprovecharse de ti. ¿Que te deja ser libre? ¡Pero si te ha hecho esclava de esa mierda! No le importas tú, le importa lo que puede llegar a hacer contigo.
Salomé no lo aguantó más. Avanzó en la dirección de Ismael, golpeó su hombro y, mientras escondía su cabeza en su pecho gritaba entre sollozos “¡Eso no es verdad! ¡Yo le importo!”. Después de unos instantes, justo en el momento en el que se disponía a abrazarla, ella se desplomó, y resbaló hasta quedarse de rodillas a sus pies, cubriéndose la cara con las palmas de las manos, ocultando sus lágrimas y su vergüenza, la que le suponía admitir que él llevaba la razón. Ismael se agachó, le retiró los brazos, le secó las lágrimas con sus dedos, buscó una mirada fija y, cuando la consiguió, le dijo:
-          -Confía en mí. A partir de ahora, todo esto va a ser solo parte del pasado, y dentro de un tiempo tendremos esto como una mala etapa de la que logramos salir.
-          -No es tan fácil. Lo necesito, Ismael, no me imagino ya mi vida sin él, y sin ella. Aquello que en aquel momento simplemente me ofreció se convirtió en mi vida, y ya sin eso no sé vivir. Lo he intentado varias veces, pero no puedo despegarme de ninguno de los dos.
-          -A él no lo necesitas. Es una simple adicción. ¿De verdad piensas que dependes de una persona te trata como su objeto de diversión? ¿De verdad piensas que eres un simple objeto para los demás?
-          -No merezco otra cosa. Mi vida se partió en el momento en el que se acabó la vida de mi madre, y desde entonces solo soy… -inspiró hondo, tragó saliva, lo miró suplicando ayuda con el brillo de sus ojos, y continuó- solo soy una adicta a la cocaína. Una adicta que no tiene vuelta atrás. Una adicta a la que un chico controla como le da la gana, y que inocentemente pensaba que lo hacía porque la quería. Ya no le importo, ni a él ni a nadie.
-          -No vuelvas a decir eso nunca más. Claro que mereces otra cosa, es más, mereces lo mejor, y nos tienes a todos para alcanzar lo que te propongas. No  hay vuelta atrás, pero puedes cambiar la dirección, siempre que de verdad estés dispuesta. Claro que importas, a mí me importas, y más de lo que te puedes imaginar.
Por la mejilla de Ismael se deslizó una pequeña lágrima, que cayó suavemente sobre las manos cogidas de ambos. Salome rompió un llanto desgarrador, como el que ya liberó meses antes, y lo abrazó desesperadamente. Fuerte, muy fuerte, mientras decía: “no puedo más, no lo soporto, te necesito”.  Lo que ella no sabía era que él también la necesitaba, y ya se había dado cuenta mucho tiempo atrás.

Permanecieron abrazados varios minutos. Ella se tranquilizaba, y él saciaba esa necesidad de tenerla entre sus brazos. Una vez se calmaron, pasaron dentro de casa. Se sentaron en el sofá, e Ismael le invitó a contar cómo había sucedido todo desde el principio. Ella accedió, y una conversación dura pero necesaria que lideraría el resto de la tarde se inició. Les salvó la acertada decisión de Diego de no aparecer por allí, ya que se olía que Ismael se le había adelantado. Fue entonces cuando sus vidas, que habían tocado el fondo, se disponían a iniciar el duro y largo camino hacia la superficie.

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