La
mañana siguiente, ya la del mismo viernes que partía la excursión, todo fue
distinto entre ellos. Apenas hubo miradas que se cruzasen, apenas se dirigieron
palabras el uno al otro. Ambos pensaban que estaba en sus manos romper aquella
incomodidad, pero no se atrevían a dar el primer paso para hacerlo. Estaban
avergonzados, por intentar lo aparentemente imposible o por rechazar lo que
probablemente no debería haber rechazado. Al final de las clases, Ismael se
atrevió a lanzarle una sonrisa. Cuando vio que Salomé se la devolvía, comprobó
que las cosas no estaban tan mal como pensaba.
- -Bueno,
chicos, hoy es el día. Lo tendréis todo preparado, ¿no?- exclamó Sara, a la
salida del instituto, con el nerviosismo que le caracterizaba.
- -¡Por
supuesto! Este finde va a ser el mejor del año sin duda, ¿qué mejor manera de
despedir el curso que esta?
- -Eh,
tranquilo, que todavía hay que pasar los exámenes finales.
- -¡No
seas aguafiestas Jorge! Sabes de sobra que eso no va a ser problema para ti
precisamente. Bueno, lo dicho chicos, ¿todo en orden?
- -Que
sí, pesada, no te preocupes. En un par de horas en la esquina del súper para
comprar la bebida y en marcha.
- -Pues
no nos distraigamos más y… ¡a cerrar maletas!
Ya se
disponía Ismael a ir hacia la parada de autobús cuando Salomé terminó con su
intención.
- -¿A
dónde vas? Ven, anda, que te llevo yo. Con la cháchara seguro que ya lo has
perdido.
Con esas
palabras bastó para que entendiese la señal: ella estaba dispuesta a hacer como
si nada hubiera ocurrido, y le invitaba a hacer lo mismo. Cómo no, él aceptaba
sin problema. Una enorme sonrisa se le escapó mientras cogía el casco que ella
le ofrecía y se montaba en el asiento trasero.
Deseaba
que ese corto y corriente viaje durase horas. Pocas veces la había tenido así
de cerca. El aire hacía que le llegara todo su perfume, esa fragancia que le
volvía loco, más aún si cabe.
“Vaya
chica. Otras hubieran creado un muro, y hubieran retirado la palabra. Pero ella
no, ella es distinta. Supera y sigue, ahora y siempre. Tiene una fortaleza
envidiable. Supongo que esto será otra de las miles de cosas que me enamoran de
ella”
Tras
llegar a casa, a Salomé le esperaba su padre con una gran sonrisa, viendo como
su hija era capaz de continuar incluso con felicidad. Llevaba a su madre
dentro, ella lo sabía, la sentía. No era momento ahora para contarle la
historia completa, todo lo que ocurrió. Mejor esperar a otro momento, la
alegría que desprende no merece ser arruinada ahora mismo.
Recogieron
los últimos bultos, bañadores, móviles, comida, crema solar… todo listo. Ya
estaban todos allí, solo faltaban Roberto y Laura, los más tardones
últimamente.
- -¿Estáis
seguros de que no se os olvida nada? Mira que no podemos volver ¿eh?
- -Que
sí, Sara, tranquilízate mujer, que todos llevamos todo, ¿a que sí?
- -Por
supuesto. Míralos, por ahí vienen, cucha que sonrisillas, ¡hacen una pareja muy
linda!
- -¡Tss!
¡A ver si te van a oír!
Ya
estaban todos. La ilusión que se desprendía superaba todos los niveles. Les
esperaba nada más que la diversión y la despreocupación. Ahora Salomé, al igual
que los demás, podría desconectar y
disfrutar de verdad.
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