Después
de comprar lo que les faltaba, se montaron en el bus que habían alquilado y
salieron en busca de sus aventuras. En el pasillo y los asientos no se oían
nada más que carcajadas y risas. Chistes, bromas y mochilazos llenaban el
ambiente. La hora que duró el viaje les parecieron apenas minutos. Una vez se
despidieron del conductor hasta la vuelta, corrieron cada uno a sus
habitaciones. Cuando se vieron en frente de las puertas, cayeron en la cuenta de
un pequeño detalles: no habían repartido las habitaciones. Genial, ahora
estarían peleándose un buen rato hasta aclararse. Entonces dijo Ismael:
- -A
ver chicos, no tenemos repartidas las habitaciones… ¿cómo hacemos para que de
aquí a cinco minutos hayamos terminado de distribuirnos?
- - A
ver… las habitaciones son de dos… bueno, parece que esa del final tiene una
litera y caben tres.
- -¡Nosotros
esa! Lo siento chicos, ya está pedida. - Laura, Sara y otra chica más corrieron
hacia la puerta, despareciendo de la escena sin que les diese tiempo al resto
de reaccionar.
- -Bueno,
tres menos. ¿Qué hacemos los demás?
- -Nosotros
nos quedamos en la de al lado, ¿vale?- la pareja del grupo se fue hacia el que
ahora era su cuarto.
- -Qué
monos, no se separan ni para esto. Qué bonito es el amor…
- -Deja
ya las cursiladas, tío. Ya solo quedamos nosotros cuatro- dijo Ismael señalando
a Salomé y los dos chicos que la rodeaban. En ese momento, estos dos se
miraron, sonrieron, y salieron corriendo hacia una de las habitaciones. Cuando
ya habían metido las maletas, se oyó a lo lejos: “¡ahí os quedáis tortolitos!”
Salomé e
Ismael se miraron extrañados. Menudo momento para las bromitas. Suerte que
había suficiente confianza ya como para simplemente sonreír y hacer como si
nada. Se metieron en la habitación, abrieron las maletas y se repartieron los
espacios. En diez minutos habían quedado en el salón principal para la
excursión nocturna.
Una vez
que estuvieron todos reunidos, no se demoraron y empezaron la marcha. El sitio
era realmente precioso, y la temperatura, a pesar de la avanzada primavera, era
ideal. Cuando el sol estaba a punto de caer, decidieron que era el momento de
cenar. Sacaron todas las previsiones para aquella noche. Se iban a poner las
botas.
Encendieron
una pequeña hoguera para las nubes, prepararon sus bocatas y empezaron el
banquete.
- - Chicos,
amo a mi madre, este bocadillo es el mejor de todos.
- -No
estoy yo tan segura. El mío nada más que con el olor…
- -Eso
es que no habéis probado el mío. Mi chorizo le da mil vueltas a todas vuestras
lechuguitas y demás tonterías.
- -¡Dí
que sí! Aquí las dietas no existen. ¡Los buenos bocatas que no te dejan ni
hacer la digestión son los que valen!- todos empezaron a reír.
- -A
ver, en lo que sí estaréis de acuerdo conmigo es en que esto no podía faltar,
¿verdad?- Laura puso a lado de la hoguera el enorme paquete de nubes, y todos
empezaron a animar.
- - Jajajaja,
sin esto no se puede hacer un picnic nocturno, pero hay algo que se te olvida.-
Sara saca una linterna de la mochila y se alumbra la barbilla.- ¡Historias de
miedo!
Entusiasmados,
terminaron de cenar rápidamente, formaron un corro alrededor del fuego, y
empezaron la terrorífica ronda.
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