A partir
de aquel cambio radical todo se volvió bastante más complicado. Ya no había
abstracción del mundo, ya no había una fuga que, por medio de efectos
cerebrales, la dejase evadirse de la cruda realidad. Ahora cargaba las
veinticuatro horas con su recuerdo, con su despedida, con la necesidad de
sentirla cerca. Si no llega a ser por él, no habría llegado a salir nunca.
Después de aquella conversación con Diego, todo aquel mundo se declaró ajeno a
ella. La mañana siguiente a esa tarde Salomé le plantó cara por fin, siempre
protegida con el apoyo de Ismael, e incluso sin miedo al público. Le dejó claro
todo lo que tenía que dejar, enunciando cada uno de los momentos en los que
diariamente le hacía perder la posesión de su cuerpo y prescindía de su
voluntad. Le dejó claro que lo que un día dijo que le ayudaría a salir de esa
era en realidad lo que de verdad le hizo entrar, y que no probaría ni media
raya más, que estaba dispuesta a cambiar su modo de vida si era necesario. Y
por último le dejó claro que no quería volver a saber nada más de él, que era
ya parte de su pasado, y que ni se le ocurriera cruzarle la mirada ni mucho
menos interponerse en su camino, que le había traicionado, y que no esperase
nada por su parte a partir de entonces. Más que miedo, lo que ella de verdad
desprendía mientras hablaba era odio, desprecio, e impotencia, por no poder
devolverle todo lo que le había hecho pasar a ella. Alguna lágrima de rabia se
derramaba por su perfil cada cierto tiempo, cada cierto recuerdo que pasaba por
su mente, pero no titubeaba, no dudaba: estaba segura de que todo había sido
una etapa oscura de la que tenía que salir. Diego protestaba, le alzaba la voz,
e incluso trataba de agarrarla y bloquearla, pero ella miraba a Ismael, se
cargaba de fuerza, y respondía o se movía con mayor brusquedad, demostrándole
que ya no tenía nada que hacer contra ella. Había empezado a volver a ser lo
que era antes, y nada la detendría.
Cuando
aquella primera fase estuvo superada, empezó lo más duro: la recuperación y
eliminación de ansiedad. Ataques de obsesión, espasmos e incluso descontrol
eran parte de su día a día en un principio. Varias veces se planteó volver,
volver a probar, volver a caer, pero allí estaba él para sostenerla y hacerle
ver que no era lo que de verdad quería, que tenía que seguir adelante, y que no
estaba sola. Ella llegó a gritarle inconscientemente, acusándole de ser su
verdadero problema, tratando de echarlo de su vida como si no hiciese nada más
que estorbar, pero Ismael simplemente respiraba hondo y, aunque le doliese en
lo más profundo que, aunque fuese sin de verdad quererlo, tuviera que escuchar
esas cosas, hacía oídos sordos y continuaba ahí, junto a ella. Verla en sus
peores momentos tampoco fue fácil. Muchas noches estuvo condenado al insomnio
cuando se repetían esas imágenes en su cabeza. Aunque en la escena él se
mantenía firme y decidido, luego se desmoronaba, se descomponía por dentro, y
la ansiedad de verla así lo dejaba hecho polvo. Pero no era él quien tenía que
ser socorrido, sino ella, y debía de morderse la lengua y mantenerse como apoyo
para todo lo que necesitase.
Los
demás tardaron poco en enterarse de la verdadera situación. Tras disculparse
ante Ismael, se mostraron también fieles a su amiga, y detrás de ella siempre
que los necesitase. Llegaron a turnarse los fines de semana para ir a verla y
llevarle el desayuno, la merienda, o para un simple ratito de charla. Incluso
en el instituto las cosas fueron distintas. El momento del baño entre las
clases pasó a la historia, ya no lo necesitaba, y, aunque sintiera impulsos de
ir y probar, miraba a su alrededor, lo miraba a él, cogía su mano, respiraba
fuerte, y aguantaba. Nada pudo hacerlo más feliz que ver como ella caminaba por
fin en el camino correcto, y que no se rendía.
Con la
ayuda de todos, Salomé fue capaz de contárselo a su padre, quien, como es
normal, tuvo una primera reacción bastante brusca, y le llevó un tiempo
relativamente largo aceptar la noticia. Pero, ahora que todo su alrededor sabía
de su problema, cada parte le aportaba una pequeña parte de la solución. Fue
duro, muy duro, pero ni mucho menos imposible.
Sin
prisa pero sin pausa, la vida de todos empezó a llegar a la normalidad.
Recuperaron momentos en reunión durante la rutina que antes no podían tener.
Los temas de conversación empezaban a dispersarse, y la preocupación y el
estado de alerta iban disminuyendo, puesto que ya no eran necesarios. Incluso
volvieron las salidas en pandilla, Salomé volvió a salir en busca de diversión:
había aprendido a aceptar aquella pérdida en su vida y a saber escoger los
verdaderos caminos de superación.
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