Mensaje
enviado. Ella ya estaba calzada, esperándole con la puerta abierta. Cogieron
las llaves y se fueron a callejear. Se alejaron de su casa, de su barrio, del
centro de la ciudad. Empezó a preguntar, pero él no le respondía, solo repetía:
“Tú espera, que ya casi estamos”
Por fin
pararon. Estaban en un descampado, en medio de un barrio marginal a las afueras
de la ciudad. El lugar no era muy de fiar, pero por lo menos no habría nadie
conocido a quien saludar. Se sentaron en un banco, y Diego empezó a vaciarse
los bolsillos. Billetes, papel de aluminio, y cocaína en una pequeña bolsa. La
reacción fue la más normal, al verlo, se levantó asustada y negando con la
cabeza; ni loca probaría eso.
- - Diego,
¿estás loco? Deshazte de eso ahora mismo, no pienso ver lo que viene.
- - No
vas a ver, vas a probar. Nunca lo harías, yo también lo pensaba, esto es mierda
y no tiene nada bueno, pero es ahí donde se equivocan.
- - ¿Qué
se equivoca quién? No te entiendo.
- - Salomé,
yo también he pasado por momentos muy duros. ¿De verdad crees que vas a salir
tú sola? Todos hemos necesitado de esto alguna vez. Te juro que funciona. Te
hace olvidarte de todo, por lo menos, durante un tiempo. Y, si no te vicias, no
notas ningún síntoma de enganche, tranquila.
- - Pero
vamos a ver, que no, que no, que quites esto de mi vista.
- - Mírame
cariño, en otras ocasiones ni me lo plantearía, pero, confía en mí, te ayudará.
¿Acaso piensas que quiero algo malo para ti?
- - No,
pero… joder, tienes razón. Hoy pruebo,
como no vaya bien, tú te encargas de mí.
- - Te
lo prometo. No va a pasar nada, tranquila. Mira, extiendes el papel así, y…
Allí
estaban, intentando olvidar sus problemas por medio de otros, introduciéndose
en el mundo que maldeciría un tiempo después.
Cuando
la tarde estaba a punto de terminar, Ismael decidió salir a pasear y a aclarar
sus ideas. No tenía por qué desconfiar de Diego, parecía un chico honrado, y no
tenía motivos para insinuar lo contrario. Se sentó en el banco de la esquina
del parque, encendió su cigarrillo y se paró a observar el paisaje. Desde allí
se veía la parte de la ciudad que más dominaba: la papelería, el camino al
instituto, el quiosco de todas las mañanas y sus alrededores. Paseando la
mirada por aquella zona, se topó con lo que, al principio creía una especie de
espejismo: Diego y Salomé, paseando, fuera de casa, cuando se supone que estaba
enferma y no podía salir. “¿Qué es esto? ¿Pero dónde ha quedado esa mala noche
y el cansancio?” Se fijó atentamente, sin dar todavía crédito a lo que
observaba. A ella no se le veía bien, estaba diferente, gesticulaba de una
forma extraña, y su capacidad de reacción parecía algo trastocada. Diego la
sujetaba con un hombro debajo del suyo como si no se valiese por sí misma. “¿Le
habrá pasado algo grave? ¿Y si le ha dado un mareo en medio de la calle? Joder,
¿por qué se ha puesto tan mal de repente?” en cuanto apagó y tiró la colilla
fue para allá, pero no le dio tiempo a alcanzarlos, se habían metido en su
casa. Pensó en llamar al timbre, pero no sabría qué excusa dar, por lo que le
pareció mejor esperar unas buenas explicaciones. Lo que ni sospechaba era el
tiempo que iba a tardar en recibirlas.
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