- - Mamá,
joder, que son ya 15 años y el instituto es el mismo de toda la vida, ¿de
verdad piensas que necesito ayuda el primer día?
Salomé
estaba indignada con su madre. Ya habían tenido varias charlas sobre esto, y
tener que repetírselo constantemente le fastidiaba. Sobre todo cuando el resto
de sus compañeras no pasaban por lo
mismo que ella, ya que sus novios las acercaban todos los días de la semana,
fardando de chica por toda la avenida.
- - Que
sí, que no te preocupes más, que si me pasa cualquier cosa te llamo, que no voy
a desconectar el móvil y no me voy a perder… Como si todo esto fuera nuevo,
vamos.
Después
de despedirse de su padre y sus hermanas, cogió el casco, las llaves y cerró la
puerta al salir.
Arrancó
el motor, guardó las carpetas detrás y rodó hacia el instituto.
“Vaya un
asco de vida, otro año más con esa gentuza, a aguantar las novatadas de unos a
otros, y el pestazo a colonia barata que se echa la panda de chuletas de turno…
Joder, menos mal que este año barajan las clases, si no, poco duraría yo en
esos pupitres…”
En un
abrir y cerrar de ojos estaba ya en la puerta principal, había llegado justo a
tiempo. Fue guardar el casco y divisar a lo lejos a su pandilla, cuyos miembros
corrieron hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja y coreando su nombre.
- - ¡Hombre
señorita! ¿Qué tal el verano? Dios, ya echaba de menos a mi chiquitaja, ¡este
curso no va a ser lo mismo sin ti rondando por los pasillos!
- - ¡Dichosos
los ojos! ¡Mi pequeña Salomé! Te iba a decir que habías crecido un montón, pero
mentiría jajajaja, sigues tan fea y tonta como siempre, pero te quiero igual,
¿eh?
- - Dios
mío Salomé, ¡la de cosas que te tenemos que contar! A ver si, aunque no estemos
rondando por los mismos pasillos no nos olvidas y seguimos con nuestras salidas
¿eh?
Salomé
no cabía en sí, estaba súper feliz de ver que todos sus amigos se acordaban de
ella. Lo jodido era el tema del curso: ellos eran un año más mayores, y ya
pasaban a bachiller, por lo que tendría que soportar a todas las bestias de su
edad ella sola, cosa que no le hacía ninguna gracia. Pero bueno, con que se
siguieran acordando de ella y no perdieran su amistad a la hora de salir, ella
se daba por satisfecha.
Sonó el
timbre, y todos se dispusieron a entrar a sus aulas; todos en el pasillo de
bachiller menos ella, vaya mierda.
“Aula
37”, el cartel colgaba desde el marco de la puerta de su clase. Al entrar,
descubrió que las mesas estaban colocadas de dos en dos, lo que ni ella sabría
decir si es bueno o malo, pero estaban así. Ella no lo dudó, cargó con su
mochila hasta la última fila y se sentó sin ningún tipo de compromiso en una
mesa vacía y sin compañero. Como era de esperar, nadie se sentó a su lado.
Entró un
hombre mayor por la puerta, el supuesto tutor de la clase de 4ºA, al que nunca
se le había visto deambular por el centro.
- - Buenos
días jovencitos, mi nombre es Santiago Duval, y este año voy a ser vuestro
tutor dentro de este centro. Seguramente no les sonaré a la mayoría de ustedes,
ya que he entrado nuevo este año, por lo que me gustaría que este, mi primer
curso aquí, sea agradable para ambas partes…
La
atención no daba más de sí, Salomé desconectó, era demasiado para una primera
deprimente hora del primer deprimente día de ese deprimente curso. Dándole
vueltas a su desafortunada juventud, algo que golpeó la puerta interrumpió sus
divagaciones.
- - Adelante,
pase señor…
- - Ismael,
señor.
- - Ismael,
Ismael, tome asiento, y procure ser más puntual, que el curso solo acaba de
empezar y no nos podemos permitir el lujo de los retrasos desde tan pronto.
Los
pensamientos de Salomé se difuminaron a la misma velocidad que el humo en un
día ventoso. “Menudo chico, ese era nuevo seguro, creo que va a ser lo único
bueno que van a tener estas clases… dios, es guapo con ganas.”
Los
latidos aumentaron considerablemente cuando se dio cuenta de que el único
pupitre libre entre esas cuatro paredes estaba a su lado, por fin algo de
suerte en el día.
- - Aquí
no hay nadie, ¿no?
- - No,
no, es el único libre, has tenido suerte
El chico
esbozó una sonrisa tímida y se sentó. No había terminado de dejar la mochila
cuando el tutor prosiguió con su apasionante discurso de bienvenida.
Sonó el
timbre de nuevo, esta vez para anunciar la salvación del recreo, y todos los
alumnos pusieron a prueba sus reflejos para comprobar quién era el último en
salir al patio. Todos menos Salomé y su nuevo compañero, que ya habían empezado
a romper el hielo.
- -De
modo que eres nuevo, ¿no?
- -Sí,
sí, acabo de mudarme a esta ciudad, y me han destinado aquí.
- -Ajá…
Entonces, no conoces a nadie, ¿verdad?
- - Hombre,
ya te conozco a ti, pero, aparte, a nadie.
- -Jajaja
bueno, por algo se empieza, aunque, si te soy sincera, no soy la más adecuada
para las presentaciones, mi pandilla no es de este curso.
- -Ah
¿no? ¿Y eso? ¿Sales con gente más pequeña?
- - No,
no, más grande, mis amigos están todos ya en bachiller los mamones, soy la
chiquitaja.
- - ¡Entonces
perfecto! Yo repetí un curso por temas de mudanzas y faltas de asistencia, por lo
que me vendrá bien volver a ver cómo va mi verdadera generación, si no te
importa.
- - ¡Para
nada! Eres majo, así que te has ganado el privilegio de que te los presente. Si
te esperas a la salida, los conocerás a todos.
- -Jajajaja
perfecto. Muy agradecido, señorita compañera de pupitre.
Y entre
unas cosas y otras, estuvieron entretenidos los 30 minutos, hablando sobre
ellos y contándose experiencias. “Es buena gente, y encima esta genial por
fuera… es una buena apuesta, sí señor.”
Pasaron
las tres infernales horas que le quedaban a la mañana, y al sonar el timbre de
la gloria, Salomé recordó su pacto; ya en la calle, el nuevo grupo de 1º la
esperaba impaciente.
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